No son los resultados, no son los títulos, porque como equipo chico ya se acostumbraron a campeonar cada 20 torneo de liga. Chivas está en su peor crisis estructural; no tiene ni pies ni cabeza, no hay una autoridad con la personalidad de un verdadero dueño; no hay organigrama directivo, una real estructura deportiva que tenga rumbo, dirección, sentido.
En Chivas puede suceder cualquier cosa, y cuando digo cualquier cosa, me refiero a que se vaya su director deportivo, su entrenador, sus jugadores, refuerzos desconocidos o jugadores narcisistas que nada dejan en la cancha y mucho en sus redes. ¿Qué decir de su identidad? Ahora puede jugar cualquier jugador del mundo consiguiendo un pasaporte mexicano. Qué importa la costumbre, el arraigo, el idioma. ¿O alguna vez se imaginaron un jugador de Chivas vistiendo la playera de una selección que no fuera la mexicana?
Por si fuera poco, la debacle de la disciplina, del orden, del respeto, de la imagen, se perdió totalmente cuando la directiva solapó a un jugador que agredió a los representantes de los medios de comunicación con un petardo. No pasó nada, fue una broma, dijeron.
La grandeza de un equipo como Chivas está por los suelos, apapachada por una afición que permite, que tolera, que ya se acostumbró a poco o casi nada. Chivas se ha convertido en uno más de la liga, que aspira a lo que caiga. Lejos están aquellos días donde eran un verdadero contendiente al título, un real protagonista marcado como favorito para conseguir el campeonato…
Gracias campeonísimos, muchas gracias. Ustedes y sólo ustedes, con sus trofeos, le dieron grandeza a este pobre Rebaño Sangrado.