Hoy quiero escribir a manera de reflexión, sobre lo frágiles que muchas veces somos y lo que muchas veces no valoramos.
Hace unos días terminamos en una sala de urgencias de hospital en medio de la madrugada. Es un miedo grande para toda mamá o papá, ver mal a sus hijos.
Renato, mi hijo de 5 años, se levantó en la madrugada con un dolor que le impedía siquiera extender sus piernas; su dolor en el abdomen era tan fuerte, que no toleraba que se lo palpara. Entre dormida y despierta, levanté a mis otros dos hijos y nos fuimos al hospital. En el camino mi corazón latía a mil por hora; sentía miedo de verlo llorar así y no saber qué más podía hacer para ayudarlo.
En este momento de mi vida me toca estar sola y al frente de mis tres hijos, y es en este punto cuando he descubierto el verdadero valor de la maternidad: Esa certeza de que incluso con todos los miedos del mundo, nuestros hijos son esos motores para ir hacia adelante.
Cuando lo estaban canalizando para el procedimiento médico que le iban a realizar, yo lo abrazaba queriendo ser yo, y no él, quien estuviera en ese trance; es justo entonces que entiendes el sentido de que los hijos son esa extensión de nosotros. No me quedó más remedio que tomarle su mano y darle fuerzas y mostrarme valiente, cuando genuinamente estaba igual que él y temblaba aterrada.
Ese difícil episodio hoy sólo queda como otra anécdota para contar. Todo salió de maravilla y él está ya con buena salud, siendo ese niño travieso e inquieto de siempre.
Agradezco cada cosa vivida, incluso esos momentos, porque las sacudidas nos hacen valorar lo que es realmente importante.