Conciencia histórica de la Independencia
Estamos conmemorando un aniversario más del inicio del movimiento de Independencia de México, el 214. El que fue posible gracias a la determinación de Miguel Hidalgo dada la indecisión y el temor de los últimos minutos entre los otros insurgentes, una vez que fue descubierta la conspiración de Querétaro.
Es un día especial y cada mexicano y mexicana lo vivimos de distinta manera; por lo mismo, quiero llamar la atención sobre el significado profundo de este momento fundacional que hoy, después de tantos años, no sólo es una fecha. El 16 de septiembre de 1810 fue el momento en el que confluyeron todos los precedentes estancados que acumulaba una población esquilmada, invadida, usada, menospreciada, mantenida en la pobreza y con profundas desigualdades, más el racismo y el clasismo que también llegó aquí de Europa y que tanto daño ha hecho.
Durante tres siglos, además de saquear los recursos naturales de una tierra riquísima, la más rica de todas las colonias del Imperio español, los pueblos originarios fueron despojados de sus usos y costumbres y de sus tierras; había leyes para su protección pero no fueron cumplidas. Cuando llegaba un ordenamiento del rey en turno, la frase en la Nueva España era “acátese pero no se cumpla”.
En todo este tiempo, criollos, mestizos e indígenas tuvieron oportunidad de conocer por la tradición oral y por obras como la del padre Francisco Xavier Clavigero, la grandeza de los pueblos mesoamericanos, todavía no conocidos así, sino del Anáhuac. Civilizaciones tan cultas, ricas y poderosas como la maya y la mexica y antes la tolteca y la teotihuacana; la olmeca primero que todas y las vigentes y extraordinarias también zapoteca y mixteca, sólo entre las principales.
Esa conciencia histórica llevó a los insurgentes, empezando por Hidalgo y un injustamente olvidado Epigmenio González, a hacer valer la fuerza y la grandeza de lo que había en estas tierras antes de la llegada de los españoles; en ambos, como en todos los que se involucraron en el movimiento, había una certeza hasta dolorosa de los abusos, las desigualdades, de la pobreza y de los despojos; de lo aplastado y destruido por décadas y décadas.
Por eso, el movimiento en México, reconocido así por historiadores nacionales y extranjeros, fue el único con una motivación social en toda la América hispana de aquellos primeros años del siglo XIX. El terreno estaba fértil para que prendiera, se extendiera y triunfara aun cuando llevó poco más de diez años; y lo que siguió tampoco fue fácil, no ha sido fácil.
Los precedentes estancados salieron a la superficie como aflora de pronto un manantial, los hechos recientes alimentaron el descontento y el estallamiento propició una constelación de acontecimientos cuyos efectos fueron irreversibles. Nada volvió a ser igual y la independencia se consumó.
Cada año nos preguntamos si realmente somos independientes y puede ser que a lo largo de nuestra historia como una nación libre y soberana, los gobernantes en turno hayan claudicado en ciertos aspectos y áreas, como la venta de playas en el sexenio 2012-2018, el de Enrique Peña Nieto; o cuando se introdujo en México el operativo conocido como “Rápido y furioso” en la administración de Felipe Calderón (2006-2012). O todas las “condiciones” impuestas por los organismos internacionales para rediseñar los contenidos educativos en México a cambio de calificaciones y préstamos en sucesivas administraciones.
En estos últimos años, para reconocer y valorar como acciones que fortalecen nuestra independencia, México ha recuperado terreno perdido como hacía mucho que no sucedía, por ejemplo, en materia energética. Un aspecto estratégico, básico de seguridad nacional y un pilar de nuestra soberanía. Se recuperó la producción de crudo para su procesamiento en México, de manera que no se tenga que estar importando gasolina, sólo por mencionar un dato.
Y en política exterior, para no ser exhaustiva, se rescataron los principios que han distinguido a México a nivel mundial desde hace décadas: la no intervención y el respeto a la autodeterminación de los pueblos así como la solidaridad con naciones hermanas. Aparte, a través de la cancillería se hicieron planteamientos en los organismos internacionales con críticas abiertas a la falta de operatividad en muchos casos, sin transgredir protocolos y se tomaron acciones de protección a personas vulnerables en otras partes del mundo, mexicanos y de otras nacionalidades. Se hicieron propuestas y se marcaron límites cuando, acostumbrados a meterse, se intentó intervenir en decisiones que sólo competen al Estado mexicano, como la reforma judicial. En pocos años se avanzó y se dio marcha atrás a decisiones que lejos de impulsar el desarrollo del país lo habían frenado.
Finalmente, pero para nada menor, hay un rescate de nuestra esencia profunda como pueblo, una revaloración de lo que nos hace sentir orgullosos y seguros de vivir en una patria que cada vez más es de y para todos. Esta conciencia histórica de nuestro pueblo, de su independencia y de la posición del país en el mundo, con nuestra grandeza, nuestra idiosincrasia y nuestros valores, son para celebrar. ¡Qué viva México!
