En un Zócalo pletórico, festivo y ruidoso, Andrés Manuel López Obrador encabezó su última celebración del Grito de Independencia. Emocionado, el presidente del país lanzó su perorata y los vivas a favor de los héroes y heroínas de la Independencia. Fiel a su estilo, mencionó el amor, la fraternidad universal, la cultura mexicana, los pueblos indígenas… y la Cuarta Transformación.
¡Viva la Cuarta Transformación!, gritó el mandatario cuando ya terminaba su mensaje antes de ondear la Bandera y repicar la campana que, nos dice la tradición, repicó Miguel Hidalgo y Costilla para llamar al pueblo a levantarse en armas contra los opresores españoles.
Apenas dos semanas antes, en el mismo lugar, López Obrador había asegurado en la larga lectura de su último informe de gobierno, que el pueblo mexicano había decidido llamar “Cuarta Transformación” a su ejercicio de gobierno. Una más de las muchas y constantes contradicciones en su discurso. Nunca hubo una colectividad que espontáneamente bautizara a la administración obradorista como el origen de una cuarta transformación histórica del país. El término es resultado de la retórica política y la publicidad oficial que durante seis años, se cultivó e implantó desde Palacio Nacional.
Las mañaneras del presidente (que han sido cualquier cosa, menos un espacio de divulgación pública y transparente del ejercicio de gobierno), sus discursos, sus actos públicos y el intenso culto a su personalidad difundido y reiterado por aliados políticos, sus seguidores y simpatizantes, establecieron el concepto de la Cuarta Transformación.
¿Existe una cuarta transformación del país?
A esa pregunta se puede responder con una contundente negativa.
¿Qué ha sido la 4T? En esencia, la eliminación de un orden institucional imperfecto que sistemáticamente ha sido eliminado, no corregido.
El gobierno federal adoptó un principio de comportamiento que se identifica con facilidad: revisó el presupuesto asignado a diferentes entes públicos; decidió unilateralmente dónde era incorrecto y denunció despilfarro o corrupción, siempre desde el juicio presidencial. Se aplicaron recortes hasta el punto de desaparecer el presupuesto (y un caso evidente es la delegación en Jalisco de la Secretaría de Infraestructura, Comunicaciones y Transportes, donde no hay recursos para realizar su trabajo) y esa parte del erario se aplicó donde la presidencia –otra vez– lo consideró correcto. Pruebas sobran: refinería de Dos Bocas, aeropuerto Felipe Ángeles, Tren Maya y muchos más.
¿Por qué hay una transformación? Quizá se refieran a las reformas constitucionales que establecieron programas sociales para adultos mayores, discapacitados y estudiantes.
Sin embargo, si el análisis se aplica a los resultados y no al discurso oficial, el sistema de salud no es, como afirma López Obrador, el mejor del mundo; ni el sistema de educación pública puede presumir otra cosa que un sueldo base de 17 mil pesos; ni hay solución a la violencia y la pérdida del poder del Estado ante los grupos criminales, a los mismos a quienes el presidente pidió “más prudencia”, para que no perjudiquen más a la población civil debido a sus disputas por mantener el control de territorios, mercados ilegales y su “estado paralelo”.
Pero veamos el otro lado de la moneda. ¿Existe una transformación similar a la que se vivió durante la Independencia, la etapa de la Reforma y la Revolución Mexicana? ¿Está creándose un nuevo México? Preguntado así, llana y simplemente, como lo presume el presidente, sólo está en su discurso, y en el discurso de quienes están decididos a mantener el control en este grupo que se posicionó desde 2018 en la mayoría de los espacios de poder.
Con respeto: se requiere una carga enorme de ingenuidad para creer sinceramente que “el pueblo” está decidiéndolo todo.
Que vivan los héroes y las heroínas de la Independencia. Nada más. El resto es un añadido sin justificación.