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22 diciembre 2024
Tzinti Ramírez
Tzinti Ramírez
Internacionalista y maestra en Historia y Política Internacional por el Graduate Institute of International and Development Studies (IHEID) en Ginebra, Suiza. Investigadora invitada en el Gender and Feminist Theory Research Group y en el CEDAR Center for Elections, Democracy, Accountability and Representation de la Universidad de Birmingham, en Reino Unido. Miembro de la Red de Politólogas.

Beepers explosivos: cuando las reglas se desvanecen

25 septiembre 2024
|
05:00
Actualizada
00:08

La semana anterior, el Líbano sufrió una serie de ataques coordinados con beepers y walkie-talkies modificados con explosivos que resultaron en la muerte de al menos 32 personas y más de 3,250 heridos, incluidos 200 en estado crítico. Entre las víctimas hubo niños, personal médico y civiles. Un diplomático perdió la vista, y cientos sufrieron lesiones graves en ojos, manos y rostro. Este ataque, presuntamente llevado a cabo por Israel con el objetivo de alcanzar operativos de Hezbollah, utilizó dispositivos de uso cotidiano para sembrar caos y terror, transformando aparatos ordinarios en armas y así desdibujando las reglas de la guerra.

Expertos de las Naciones Unidas calificaron estos atentados como una “violación aterradora del derecho internacional” (1). Al explotar miles de dispositivos distribuidos entre civiles y combatientes, se incumplió la obligación de distinguir entre objetivos militares y personas protegidas bajo el derecho internacional. Según la ONU, las trampas explosivas –booby traps en inglés– violan el derecho internacional humanitario y podrían constituir graves crímenes de guerra al disfrazar armas de objetos cotidianos y al estar “ausente cualquier indicio de que las víctimas representaban una amenaza letal inminente”.

El Protocolo II de la Convención sobre Armas Convencionales Excesivamente Nocivas o de Efectos Indiscriminados prohíbe el uso de trampas explosivas en objetos civiles. El protocolo define como arma trampa “todo artefacto o material concebido, construido o adaptado para matar o herir y que funcione inesperadamente cuando una persona toque un objeto aparentemente inofensivo o se aproxime a él, o realice un acto que aparentemente no entrañe riesgo alguno [como leer un mensaje de beeper,]”. Es aún peor, que en este caso los beepers fueron activados de manera remota con un mensaje que emitió sonidos insistentes buscando atraer a quienes estuvieran en proximidad de los aparatos.

Tanto los expertos de la ONU como los testimonios y videos de lo ocurrido han dejado claro que Israel no poseía la capacidad de saber quién estaba en posesión de cada dispositivo ni su localización y entorno al momento de los ataques, incurriendo en una grave violación al decidir convertir objetos cotidianos en armas sin capacidad de distinción entre militantes y civiles o no-combatientes. Los ataques, además, se consideran como un intento deliberado de sembrar terror entre la población civil, lo que constituye a su vez un crimen de guerra.

Tras las explosiones, el gobierno cerró escuelas y universidades en todo el país, no sólo como medida precautoria, sino porque muchos de estos edificios están siendo utilizados como refugio para los desplazados. “El miedo ahora impregna la vida cotidiana en el Líbano”, advirtieron los expertos, reflejando el devastador impacto psicológico de los atentados. La población está desde entonces –y por los ataques subsecuentes– sumida en la incertidumbre, con calles y carreteras a tope por el flujo de quienes buscan ponerse a resguardo.

Además de las graves violaciones al derecho internacional humanitario, el ataque en el Líbano revela la creciente brutalidad de los conflictos contemporáneos o “nuevas guerras” como las llama Mary Kaldor académica de la London School of Economics. Se trata de conflictos donde la línea entre combatientes y civiles se desdibuja y la vida cotidiana se convierte en un campo de batalla. En estas guerras –o más precisamente en este tipo de agresiones–, la violencia no se concentra en batallas tradicionales entre ejércitos convencionales, sino que se dirige a la población civil, con el objetivo de desestabilizar sociedades enteras. Los civiles son convertidos en objetivos directos de las tácticas violentas. Es lo que hemos visto hace 11 meses en Gaza y Cisjordania y lo que vimos ahora en Líbano.

El respeto por el derecho internacional humanitario no es un mero formalismo, sino que constituye en realidad, la única posibilidad de supervivencia y respeto a la dignidad humana para sociedades inmersas en la violencia. Incluso los conflictos armados tienen reglas y esas reglas están diseñadas para limitar el sufrimiento humano. En este contexto, el ataque con beepers en Líbano constituye una negativa más por parte del Estado de Israel no sólo al respeto de las leyes sino un gesto más de desdén por la dignidad humana. Es nuestro deber no normalizar actos de agresión estatal como este.

(1) Artículo2, Fracción 2 del Protocolo II a la Convención sobre Armas Convencionales Excesivamente Nocivas o de Efectos Indiscriminados, relativo a minas, armas trampa y otros artefactos.

*Las opiniones y contenidos en este texto son responsabilidad total del autor y no de este medio de comunicación.
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