Claudia Sheinbaum Pardo, próxima presidenta
Doscientos años después de conformarnos como nación independiente, este próximo 1 de octubre México entrará a una nueva etapa en su historia; tendremos en funciones a la primera mujer presidenta de nuestra República. No es cosa menor, al contrario, es un parteaguas en la política mexicana que generará un cambio sustancial en las prácticas y discursos de nuestro país.
Además de tener a la primera mujer presidenta, las circunstancias políticas-partidistas que estamos viviendo en este cambio de poder en el Ejecutivo Federal no las vivíamos desde 1982. La sucesión presidencial de José López Portillo a manos de Miguel de la Madrid fue la última vez que tuvimos características similares a las de este proceso sucesorio.
En 1982, el PRI logró mantenerse en el poder sin aspavientos. El candidato elegido por López Portillo fue cobijado como futuro presidente desde su “destape”. Luego de las elecciones de aquel año, las cosas fueron complicándose demasiado para el PRI hasta perder el poder. En 1988, fue necesario recurrir a un fraude electoral y en ningún momento Carlos Salinas de Gortari fue asumido como próximo presidente de manera automática a la usanza priísta. Al contrario, desde la “ruptura” cardenista con el Revolucionario Institucional la idea de que el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas podía ganar las elecciones fue creciendo hasta el mismo 6 de julio de 1988. Salinas fue impuesto y apoyado por el PAN, la Iglesia Católica y los empresarios.
En 1994, luego del asesinato de Luis Donaldo Colosio, nuestra política se desdibujó recordándonos los azarosos años de las revoluciones mexicanas donde la transmisión del poder fue a punta de balazos.
Para Ernesto Zedillo resultó imposible sostener en el poder a su delfín Francisco Labastida, y el PAN, de la mano del Yunque y los neopanistas aglutinados en la organización Amigos de Fox, se hicieron de la presidencia llevando a Los Pinos a Vicente Fox Quesada, quien recurrió de nueva cuenta a la histórica práctica del fraude electoral priísta para encumbrar a Felipe Calderón. El desastre del calderonato abrió la puerta para el regreso del PRI de la mano de uno de sus peores cuadros: Enrique Peña Nieto.
Para 2018, luego de grandes escándalos de corrupción, el PRI fue sacado nuevamente del poder para que llegara Andrés Manuel López Obrador.
Así, en 2024 estamos viviendo por primera vez desde hace más de cuatro décadas, que el partido en el poder logra mantenerse en él luego de las elecciones sin recurrir a fraudes electorales o asesinatos de candidatos. Por el contrario, Morena y su abanderada, Claudia Sheinbaum, obtuvieron prácticamente 36 millones de votos y una amplia mayoría en el Congreso de la Unión y los Congresos locales. Por todo ello, las circunstancias en las que llega Sheinbaum Pardo a la presidencia de la República son harto diferentes a 2018, cuando López Obrador llegó a Palacio Nacional.
Por lo mismo, las exigencias, las expectativas y las esperanzas de la sociedad frente al próximo gobierno federal son más amplias.
El robusto bono democrático con el que Morena se mantienen en el poder implica un alto grado de compromiso y responsabilidad frente a los millones de electores que confiaron en la continuidad de la 4T.
Por el bien de la República, el bienestar de la población y la salud de la democracia, Claudia Sheinbaum Pardo y su gobierno tienen que cumplir ampliamente con las expectativas puestas en ella por millones de mexicanos.
Al tiempo.
