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29 septiembre 2024
Ismael Ramírez
Ismael Ramírez
Especialista en medicina familiar. Maestro en farmacología. Es presidente del Colegio Jalisciense de Medicina Familiar A.C.

¿Medicina para la enfermedad o medicina para la persona?

28 septiembre 2024
|
05:00
Actualizada
19:58

Como escribí en la entrega del 21 de septiembre pasado, la medicina surgida en tiempos remotos no tenía ciencia que ofrecer, sólo la protección física, los cuidados alimentarios, las primeras hierbas y la compasión. También, las invocaciones a lo sagrado deben haber estado presentes. Descrito así se comprende que los primeros médicos hayan sido los preparadores del cuerpo del fallecido para su viaje al infinito. Los primeros colegas combinaron las funciones de curanderos, sacerdotes y también embalsamadores (1).
En la época de la historia escrita, en el siglo V a.C., se fecha el nacimiento de la manera occidental de ver la medicina (el foco de esta columna); dicho origen se ubica en las islas del Peloponeso en las costas de la Turquía actual.

Había dos principales escuelas (para no variar, rivales): la escuela de Cnidos que buscaba identificar cuadros clínicos característicos en muchos sujetos para aplicarlos al caso individual, y su contraria, la escuela de Coss (Hipócrates, el más conocido de sus miembros) que se enfocaba en las características únicas de cada caso (2) y que por ende no podía aplicarse a otro caso de manera exactamente igual.

Como se ve, las visiones separadas de centrarse en la enfermedad o en la persona sin un terreno mixto o compartido, vienen desde antes del siglo XVI en el que surgieron las bases del método científico. La aplicación del método científico dio enorme impulso al estudio de la enfermedad, pero concentró a la medicina exclusivamente en la dimensión biológica.

El método clínico-anatomo-patológico

Se atribuye a François Bichat el método de abrir cadáveres para relacionarlos con los síntomas y signos en vida, a lo que se sumó la exploración física del cuerpo de la persona usando el innovador estetoscopio inventado por René Jacinto Hipólito Laennec, discípulo de Bichat. Eso ocurrió a principios de 1800.

Con estos desarrollos se completó el método anatomo-clínico-patológico que la escuela de medicina sigue enseñando actualmente y muchas veces sin siquiera decir su nombre. Recibe nombres diversos, método biomédico del diagnóstico diferencial, método fisiopatológico o método anatomo-clínico-patológico. El hecho es que a partir de la formalización de este método empezamos a confiar más en lo que la exploración física y el laboratorio parecen decirnos que en lo que las personas nos relatan.

Es tan poca la credibilidad que le damos a lo que aportan los pacientes que llamamos “interrogatorio por aparatos y sistemas” a una parte de “historia clínica”. Mis viejos profesores recomendaban a veces darle al paciente “tribuna libre” para que nos cuenten cosas a las que no le solemos dar demasiada importancia y lo hacemos teniendo en mente la “patología, trastorno, síndrome que debe subyacer a los síntomas y signos físicos”.

En nuestra época toda persona que consulta a un médico suele salir con solicitudes de estudios de sangre, orina, radiografías… nos obsesiona encontrar la patología y cuando no la podemos precisar decimos la catastrófica frase “no tiene nada”. Este será un tema en particular en futuras entregas.
Y bien, a finales de 1800 todo iba sobre ruedas para la medicina con su brillante método, el cual se había reforzado alrededor de 1850 cuando se descubrieron los microbios (bacterias y parásitos). Fue tal el éxito de los afamados Robert Koch y Luis Pasteur, que éste último creó una vacuna contra la rabia a pesar de que no se conocía todavía la existencia de los virus. Pero había una piedra en el zapato, un problema, el poderoso método anatomo-clínico-patológico no pudo resolver el enigma llamado “histeria” (al que tocaré después del párrafo que sigue).

¿Por qué la medicina estudió por 500 años al cuerpo separado de la mente?

Una razón por la que la medicina se concentró en el estudio del cuerpo humano (como si fuera una máquina biológica compuesta por sangre, tendones, músculos y órganos internos) (3), fue porque la Iglesia Católica aceptó en el siglo XV la disección del cuerpo, pero dejó bajo su control el estudio de la mente, el alma humana y su conducta (4). Cualquier reclamo, favor de dirigirse al Santo Oficio más popularmente conocida como Santa Inquisición. Así, durante 500 años al menos no hubo enfoques científicos de la inexplicable Res Cogitans o parte pensante en palabras del gran René Descartes.

¿Y qué con la histeria?

Volvemos a la histeria. A la mitad del siglo XVIII (1750) apareció un médico educado en Viena que aliviaba enormemente a las personas histéricas para las que la medicina no tenía explicación teórica alguna ni tratamiento que ofrecer. El personaje en cuestión es Franz Mesmer (1733-1815). Mesmer curaba a sus pacientes en sesiones grupales en las que usaba metales imantados. El rey Luis XVI ordenó investigar el asunto y que dos comités de científicos le respondieran las preguntas: ¿Es cierto que existe un “magnetismo animal” y un “fluido universal” detrás de este tema?

Noten que la pregunta no fue: ¿Existen esas curaciones extrañas de los histéricos?
Curiosa situación que con muchos enredos dio lugar a la hipnosis, y la psicoterapia.

Cerramos la entrega
Recuerden amables lectores. Estamos hablando de que la medicina tuvo que construirse solamente sobre el conocimiento biológico, objetivo, verificable y que su método chocó con pared cuando lo subjetivo (lo que ocurre en la mente de cada uno) y lo intersubjetivo (los significados que construimos entre las personas) se le atravesó en el camino y hasta la fecha, no le encuentra solución. Esta historia continuará…

Referencias:
(1) Sturmberg, J. P., & Martin, C. M. (2013). Complexity in health: An introduction. En J. P. Sturmberg, & C. M. Martin, Handbook of System and Complexity in Health. (pp. 1-24). New York: Springer.
(2) Freeman, T. R. (2016). McWhinney’s textbook of family medicine. New York: Oxford University Press
(3) Descartes, R. (1998). El discurso del método. Buenos Aires: Losada, S.A.
(4) Sigerist, H. E. (1981). Hitos en la historia de la salud pública. México. Siglo XXI Editores, S.A.

*Las opiniones y contenidos en este texto son responsabilidad total del autor y no de este medio de comunicación.
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