Este 1 de octubre tiene lugar un hecho histórico: Claudia Sheinbaum Pardo rinde protesta como la primera presidenta de la república. El tema se ha abordado y festejado abundantemente. Es tan grande la significación de que una mujer asuma la presidencia mexicana, que las voces celebrantes son de cualquier signo político y de todos los sectores sociales.
Claudia Sheinbaum puede estar segura de que al margen de conflictos partidistas y a pesar de que haya diferencias profundas originadas en visiones políticas y prácticas electorales, el día de hoy recibirá el aplauso de las diputados y senadores de la oposición.
Los mexicanos, sean o no simpatizantes de la “cuarta transformación”, tienen la esperanza de que el gobierno federal mejore con una presidenta.
Desde este espacio, sin embargo, propongo ir más allá del mero hecho de que una mujer llegue a la presidencia. Lo trascendental, lo histórico, quedará reflejado más adelante, si es que ocurre, cuando la presidenta Sheinbaum ofrezca resultados de su ejercicio.
No se minimiza el hecho: es importantísimo que una mujer sea presidenta. Para que Claudia Sheinbaum sea presidenta, debieron pasar décadas de esfuerzo; ¿cuántas mujeres trabajaron y fueron activistas en su comunidad, en partidos políticos, en asociaciones civiles, en defensa de las causas femeninas? ¿Cuántas más sufrieron y padecieron las prácticas machistas y las injusticias en la sociedad, las organizaciones políticas y empresariales? ¿Cuántas incluso perdieron la vida en esa difícil trayectoria? Es imposible saberlo. Con toda seguridad, la mayoría de esas mujeres no pretendían ser presidentas del país, pero sí exigían que eso fuera posible.
Ahora lo es. Una mujer es presidenta. Por eso el hecho es histórico.
Pero eso pasará a ser meramente anecdótico, una curiosidad en las efemérides, si la nueva presidenta cumple realmente con lo que dijo al recibir la constancia de presidenta electa: “Conmigo, llegamos todas”.
Eso sí será histórico en términos de trascendencia y honda huella.
Claudia Sheinbaum asume la presidencia bajo la sospecha de que el presidente saliente, Andrés Manuel López Obrador, pretenda seguir ejerciendo el poder desde su alto nivel de influencia y por medio de agentes políticos que le son fieles, como muchos de los secretarios y secretarias de su gabinete que le hereda al gobierno de Sheinbaum. Como los nuevos dirigentes del partido, que son fieles a su causa y que, nada menos, incluyen a su hijo Andrés Manuel López Beltrán.
La lealtad política y la obediencia a López Obrador, también se encuentra en gobernadores y gobernadoras en ejercicio, en mandos militares y naturalmente, aunque sea por obligación, en prominentes empresarios.
Esta suma de factores pueden actuar, condicionar e incluso frenar, decisiones de la presidenta.
Y además, están los conflictos reales, aunque muchos los nieguen: la violencia, los cárteles, el débil sistema de salud, el retraso educativo, la falta de infraestructura, la militarización, el cambio climático, la caída de Pemex, las presiones internacionales.
Si a pesar de todo, o aún con todo eso, Claudia Sheinbaum es la presidenta que se espera, será totalmente histórica.