Poco se sabe sobre Guadalupe Victoria. En la educación básica apenas se enseña que fue el primer presidente de México y nada más; no se vuelve a abordar, si acaso, para repetir lo mismo: el primer presidente de la República federal de los Estados Unidos Mexicanos después de la caída de Agustín de Iturbide como emperador y de un año nueve meses en que gobernó el famoso triunvirato.
Guadalupe Victoria o José Miguel Ramón Adaucto Fernández y Félix fue un personaje clave e imprescindible en la lucha por la independencia. Republicano sin concesiones y con un don natural para la diplomacia.
Su primera aparición en ese momento de nuestra historia fue durante la segunda etapa de la guerra por la emancipación de España. Se integró a la lucha con 25 o 26 años en el grupo de Hermenegildo Galeana, uno de los brazos fuertes de José María Morelos y Pavón. Cada vez le encargaban acciones que implicaban mayor responsabilidad y estrategia militar. El joven Victoria, que cambió su nombre justo cuando peleaba al lado de Morelos, había estudiado en el Colegio de San Ildefonso donde terminó la carrera de Leyes.
Antes de eso, después de perder a sus padres cuando era niño, fue protegido por su tío paterno Agustín y tuvo oportunidad de estudiar en el Seminario. Él nació en Tamazula, Durango, hoy Tamazula de Victoria, el 29 de septiembre de 1786.
Cuando Morelos fue aprehendido y posteriormente fusilado en 1815, tanto Victoria como Vicente Guerrero se refugiaron en selvas y montañas para mantener la lucha; fueron varios años de intensa guerra de guerrillas que impedía la pacificación de la todavía Nueva España.
En este periodo, antes del Plan de Iguala, Victoria se mantuvo escondido en diferentes puntos del estado de Veracruz desde donde operaba diversas estrategias y tuvo oportunidad de entrar en contacto con Javier Mina, el español que armó un “ejército auxiliar de la República Mexicana” para contribuir a la separación de la metrópoli.
Finalmente se consiguió, y si bien Vicente Guerrero estuvo de acuerdo en firmar el plan planteado por Iturbide, Victoria no; lo aceptó con resistencias y no sería descabellado pensar que en algún momento de aquellos tiempos pensó: “se los dije”. Fue acusado de conspirar contra el emperador, aprehendido y encarcelado, pero escapó y se refugió en Veracruz. Fue el primero en adherirse al pronunciamiento de Antonio López de Santa Anna para derrocar a Iturbide cuando éste tuvo la ocurrencia (terrible error) de desconocer al Congreso. A las medidas autoritarias que había tomado en su efímero imperio, se sumó esa que en realidad fue la gota que derramó el vaso.
Iturbide abdicó y siguió un año nueve meses cargado de tensiones y amenazas. Se integró un Supremo Poder Ejecutivo que conocemos como el triunvirato, con tres propietarios: Guadalupe Victoria, Nicolás Bravo y Pedro Celestino Negrete (este último, por cierto, logró llegar a ese lugar a pesar de la violencia sanguinaria con la que había perseguido a los insurgentes) y tres suplentes: Vicente Guerrero, Mariano Michelena (cabecilla de la conspiración de 1809 en Valladolid, hoy Morelia) y Miguel Domínguez (corregidor de Querétaro cuando la conspiración de 1810 que llevó al estallido del movimiento).
En este lapso, mientras el país enfrentaba el intento de reconquista española con la toma de San Juan de Ulúa y los que habían tomado el gobierno apenas se ponían de acuerdo para convocar a un congreso constituyente, varios estados, ya declarados libres y soberanos, exigían ser tomados en cuenta o separarse, como sucedió con Jalisco. Fue posible aplacar las cosas. Sin embargo, habría que imaginar esos meses de incertidumbre y miedo.
Guadalupe Victoria encabezó el combate contra los gachupines en Veracruz y fue ya durante su gobierno que fueron derrotados y, finalmente, expulsados de territorio nacional. Victoria tuvo todo que ver.
El año 1824 fue clave para la consolidación de la República, primero con el acta constitutiva de enero y, después, al cabo de meses de trabajos y discusiones, la promulgación de la Constitución federal de los Estados Unidos Mexicanos el 4 de octubre; se acaban de cumplir 200 años. El día 10, las legislaturas estatales votaron porque Victoria fuera el primer presidente de México, para un periodo de cuatro años: 1825-1829.
Para que nos salgan bien las cuentas, lo que pasó es que la elección fue el 10 de octubre de 1824 y Guadalupe Victoria asumió como presidente interino para que el periodo constitucional fuera del 1 de abril de 1825 al 31 de marzo de 1829, como sucedió. Por cierto, uno de los muy pocos periodos presidenciales que se completaron en el siglo XIX.
Entre otras cuestiones, a Guadalupe Victoria se le considera el fundador de la administración pública federal y logró más o menos estabilidad porque pudo negociar préstamos con instituciones de Gran Bretaña. Recibió un país en crisis total, sin dinero, con las exigencias de la burocracia y de los militares; le tocó responder a los reclamos sociales y masivos de la gente porque los españoles fueran expulsados y emitió la primera ley de expulsión. Abolió la esclavitud; decretó la libertad a presos políticos y la libertad de prensa; realizó un trabajo diplomático notable con Gran Bretaña, Estados Unidos y los Estados Pontificios; en este último caso, le escribió al papa directamente para decirle que en México no había tolerancia de cultos y que la religión católica era la única. Esto bloqueó las gestiones de Fernando VII que no dejaba de intentar la reconquista.
Fue Guadalupe Victoria el que logró la rendición de los españoles en San Juan de Ulúa; creó la marina mercante; la Hacienda pública; estableció el Colegio Militar; mejoró la educación; fundó el Museo nacional; abrió nuevos puertos para la navegación y el intercambio comercial y rechazó dos ofertas de compra de Texas.
Emitió un decreto para poblar los territorios del norte: Alta California y Nuevo México, así como parte del estado de Coahuila y Texas (colonización extranjera). Se mantuvo firme en no escuchar ninguna propuesta de España hasta que reconociera la independencia de México y que no pidiera indemnización alguna por la independencia. Participó en la Unión Panamericana propuesta por Simón Bolívar en el Congreso Anfictiónico de Panamá, que se tradujo en la firma de un acuerdo denominado “Tratado de Unión, Liga y Confederación Perpetua” entre las repúblicas de Colombia, América Central, Perú y los Estados Unidos Mexicanos. También proporcionó ayuda financiera a Simón Bolívar para que Perú se independizara totalmente de España.
No es poca cosa para un país que nacía en circunstancias complejas, conflictivas y en constante amenaza de las potencias extranjeras; más las rebeliones internas como la del mismísimo vicepresidente Nicolás Bravo.
En vida, Victoria fue nombrado Benemérito de la Patria y, ya retirado, auxilió en las negociaciones para calmar aquella famosa e injusta “Guerra de los pasteles”.
Recientemente, justo el día que se cumplieron 200 años de su elección como el primer presidente de México, por primera vez de que tenga memoria, se le reconoció pública y ampliamente como un personaje fundamental de nuestra historia.