No cabe duda que la adolescencia, esa etapa de vida que va de los 10 a los 18 años de edad –hay quien le confiere un margen mayor– es una prueba de resistencia. Para transitar por ahí no basta con enfrentar los cambios propios de la edad, hay que sobrevivir en el entorno.
De acuerdo con la Comisión Nacional para la Mejora Continua de la Educación, en su “Encuesta sobre acoso escolar entre estudiantes de educación secundaria”, publicada la semana anterior, en la que participaron más de 64 mil estudiantes de 495 escuelas en el país, tres de cada 10 estudiantes de secundaria en México reportó recibir acoso ocasional o frecuente en la escuela: los insultos encabezan la lista con un 95%, las burlas reportan un 88.2%; el 76.9% ha experimentado violencia física y el 72% de los que sufren alguna de estas manifestaciones es ignorado por sus compañeros. Ningún número es favorable y sólo son niños.
Hace año y medio el caso de Norma Lizbeth y otros más que se viralizaron en donde los alumnos videograbaron peleas a las afueras de los planteles, puso el reflector sobre el tema. Al parecer no fue suficiente.
En 2018, la UNICEF reportaba en el informe “Violencia en las escuelas: una lección diaria”, que la mitad de los estudiantes de entre 13 y 15 años habían experimentado algún tipo de violencia en las escuelas por parte de sus compañeros; uno de cada tres había experimentado acoso y tres de cada 10 admitieron que alguna vez acosaron a sus compañeros.
Seis años y una pandemia después las cosas no han cambiado.
¿Será que no aprendimos nada ni siquiera sabiendo lo que significa vivir aislado? ¿Será que algo está fallando en la educación que reciben los niños en casa y en los planteles? ¿Serán los límites o quizá la disciplina?
Sin duda nos falta empatía. Los números siempre nos arrojan una métrica para tomar acción con ella. Padres e instituciones somos parte del problema y también de la solución. ¿Por dónde empezamos?