¿Y la oposición?
La pregunta tiene por lo menos dos dimensiones. Una primera que cuestiona, efectivamente, dónde está; y la otra, es un poco una pregunta con jiribilla porque hay de hecho y de derecho una oposición en México, pero aparte de que es difícil encontrarla, es claro que no se ha visto en un espejo y todos los días, sin darse cuenta claro, se muerde la lengua.
Este es uno de los grandes problemas de la oposición en México: su postura de desdén con respecto a los mexicanos comprobada con su certeza de que no tenemos memoria, de que no recordamos los años de la hegemonía priista ni el contubernio de los partidos satélite, la chiquillada o la pedacera como también se les ha llegado a nombrar, algo así como genéricos intercambiables.
En todas las democracias del mundo, más y menos avanzadas, más y menos normalizadas, más o menos efectivas, hay oposición. Siempre, después de un proceso electoral, siempre, cuando los organismos encargados de organizar son confiables, un partido gana y los demás pierden y claro que no así de tajante en todos los casos, al contrario; los electorados cada vez son más sofisticados en sus decisiones y diseñan, incluso, la composición de sus poderes legislativos; ningún instituto político pierde del todo… por lo general. México es un ejemplo y hasta podría ser un caso de estudio.
Estoy segura de que es así porque, como ninguna otra democracia en el mundo, nuestro país y sus sucesivas generaciones hemos experimentado de todo y no me refiero al gobierno central del siglo XIX con el Supremo Poder Conservador o a las veleidades del dictador alteza serenísima Antonio López de Santa Anna. Hablo de la democracia simulada de Porfirio Díaz Mori y de la democracia simulada de Plutarco Elías Calles y de la democracia simulada del Partido Revolucionario Institucional y de la democracia simulada del Partido Acción Nacional.
Fraudes, decisiones atribuidas a la participación ciudadana, reclamos a la gente por no participar; represión, desdén; creación de institutos para contrarrestar las conductas autoritarias de los gobiernos durante el siglo XX y buena parte del XXI; uso y manipulación de medios de comunicación; uso y abuso del poder del Estado (autoritarismo), compra de conciencias, de votos, de silencios. Agresiones, asesinatos, pobreza, desigualdad, violencia, corrupción al por mayor y un largo etcétera que está muy fresco en la memoria y en la base, en los cimientos, en las razones y motivos de las decisiones electorales de 2018 y 2024.
De pronto, para la hoy mal llamada oposición, es como si eso no hubiera sucedido jamás y como si ahora el PRI, el PAN y los otros, fueran de generación espontánea, inmaculados, intachables, puros. Como salidos de la nada, como regresados del limbo sin haber cometido pecado alguno. Como si nunca hubieran usado a su antojo al Poder Judicial y/o al Legislativo desde el gobierno y desde el partido.
Una de las diferencias con respecto a lo que sucede hoy, es que las iniciativas de reforma que se han ido presentando y aprobando en el Legislativo que acaba de iniciar, responden a demandas añejas de todos los mexicanos, como combatir la corrupción en el Poder Judicial y mejorar sus procesos; reconocer programas sociales como derechos; reconocer y restituir a los pueblos originarios de nuestro país y a las comunidades afromexicanas despojados y discriminados por siglos entre muchas otras que están en lista de espera y sobre las que nadie de la mal llamada oposición, nadie, se haya pronunciado al respecto; tampoco se sabe que se esté trabajando en contrapropuestas o en iniciativas para mejorarlas.
¿Por qué? Porque la mal llamada oposición que tenemos en México sigue enfrascada en discusiones estériles, sin fuerza ni argumentos ni trabajo técnico para aportar, contribuir, enriquecer o para evitar lo que denuncian con frenesí y manifestaciones histéricas y escandalosas.
Sería genial, un sueño, que se recompusieran, que recuperaran la dignidad y la compostura y trabajaran en serio. A revisar punto por punto las iniciativas y presentar argumentos en las comisiones, atendibles, plausibles, posibles, viables. ¿Es mucho pedir?
Hasta ahora, parece que sí. Deberíamos tener los mexicanos una oposición que representara efectivamente a los mexicanos que votaron por sus candidatos; que se convirtieran en su voz, que fueran los defensores a ultranza de sus exigencias y demandas. Deberían ser la expresión de la diversidad nacional que no ganó en las urnas pero con trabajo responsable y enfocado. Necesitamos, todos, una oposición que trabaje siempre con México en la mira, consciente del interés superior de la nación, sin embargo, reitero, parece que es mucho pedir.
