Estamos a unos días de conocer el resultado de las elecciones presidenciales en Estados Unidos y el fantasma del “Empate técnico” coloca a Kamala Harris, candidata por el Partido Demócrata, en la elección más reñida que ha tenido ese país en los últimos años, dando una vuelta inesperada a las estadísticas en tan sólo tres meses.
Desde su llegada a la contienda electoral para sustituir a John Biden en julio pasado, Kamala remontó las encuestas que colocaban al Partido Demócrata por debajo del Republicano, ganando seis puntos porcentuales para ubicarse tres puntos por encima de Donald Trump, a espera de la decisión de Pensilvania, Michigan, Wisconsin, Arizona, Nevada, Georgia y Carolina del Norte, los siete estados considerados “bisagra” y que determinarán el resultado el próximo 5 de noviembre.
Detrás de esa mujer determinada hay una activista que ha trabajado apara apoyar a grupos vulnerables: ya fuera como fiscal general, en California, luchando contra el abuso sexual infantil; como presidenta del Senado aprobando la ley para reducir la inflación o presidiendo la votación para que la primera mujer de raza negra, Ketanji Brown Jackson, ingresara a la Corte Suprema.
Como vicepresidenta ha marcado una diferencia en su lucha junto a Biden por mejorar la calidad en la atención médica, en la adquisición de medicamentos accesibles, en las garantías contra el embargo a la vivienda y dignificar el trabajo de los inmigrantes.
Harris ha sido considerada como la representación del llamado “sueño americano”. En varias entrevistas Kamala ha declarado que su madre alguna vez le dijo que podría ser la primera en hacer muchas cosas, pero que debería asegurarse de no ser la última, y honrando esas palabras de una madre que no alcanzó a ver los logros de su hija, Kamala Harris se asegura de hacer historia dando una batalla sin precedentes para ser la primera presidenta estadounidense.