Cada cuatro años es lo mismo. La carrera por la presidencia en Estados Unidos siempre está revestida de espectáculo, de declaraciones escandalosas, de promesas que parecen amenazas, de críticas feroces, de revelación de datos y situaciones que muestran a los contrincantes como las peores personas del mundo; de golpes mediáticos impactantes y cuestiones por el estilo; errores incluso (como en el beisbol, capaces de provocar giros inesperados).
Y siempre, cada cuatro años, nos llevan al baile a los que ponemos tantita atención en este proceso (con poca basta, y claro que las intensidades y los niveles son variables, casi personales) porque nos hacen voltear y enterarnos de cómo va todo. Pues sí, porque finalmente nos captaron o porque nuestra (de)formación profesional obliga, o por auténtico y genuino interés.
El caso es que lo consiguen y, bueno, ahora estamos en la víspera del tan esperado primer martes de noviembre cuando los estadounidenses sabrán si a partir del 20 de enero de 2025 tendrán un presidente (Donald Trump, republicano) o una presidenta (Kámala Harris, demócrata). En este último caso, sería también, como en México, la primera mujer en la historia de ese país. Ya veremos.
A estas alturas, casi a punto de concluir un periodo más o menos largo de definiciones previas, cálculos mediáticos y cuestiones inéditas, ciertamente, claro que se ha generado una expectación impresionante no sólo en Estados Unidos por supuesto, sino en el mundo y particularmente en nuestro país por la vecindad, los acontecimientos históricos recientes de un lado y del otro de la frontera, por la relación de siglos, por la migración, los acuerdos y tratados económicos, las realidades cotidianas como el tráfico de drogas y de armas, en fin.
¿Qué hay que hacer? Nada. Esperar simplemente. Siempre he dicho que el sistema electoral estadounidense no es barroco, lo que le sigue (y perdónenme el lugar común). Denso, complejo, casi como las reglas de su futbol americano que cada vez que lo veo tengo que volver a aprender porque se me olvidan. Así que, nada más para tenerlo en mente, se trata de una elección indirecta y muy añeja: los ciudadanos estadounidenses, 260 millones de electores, votarán por los integrantes del Colegio electoral cuyos integrantes son los que se encargan de la votación final, entonces, en una de esas perversidades de los sistemas democráticos y de este mecanismo electoral en específico, podría suceder que no gane quien haya recibido más votos de la población estadounidense, sino del Colegio. Complicado ¿no? Además, hay que ver estado por estado cómo están las cosas, porque hay entidades donde tradicionalmente se vota por el Partido Republicano y otras donde se sabe que ganará el Demócrata. Hay un número determinado de electores del colegio por estado y entonces las encuestas están atomizadas en todo el país. Una información recurrente en este sentido es que hay siete estados que definen los resultados por lo que ha pasado en elecciones anteriores.
Se trata de Arizona, Carolina del Norte, Georgia, Michigan, Nevada, Pensilvania y Wisconsin. Si estará atento a lo que pasa mañana en las elecciones presidenciales de Estados Unidos y hasta donde entiendo, no hay que perder de vista estas entidades.
Aparte de toda esta complejidad, en este proceso electoral en especial se han dado circunstancias inéditas que le imprimen un cariz diferente. De entrada, el actual presidente, Joe Biden, se retiró de la posibilidad de reelegirse y, en su lugar, los demócratas se decantaron por la mujer que fungía como vicepresidenta, Kámala Harris; luego, pese a acusaciones escandalosas contra Donald Trump, logra imponerse a los republicanos. Por otro lado, hay un empate técnico entre todas las encuestas y en el caso de las apuestas (¡apuestas!), donde se perfilaba ya el ganador, los resultados empezaron a cerrarse.
Otros asuntos que influyen en la toma de decisiones electorales en el vecino del Norte en estos comicios de 2024 son, por ejemplo, la participación de Estados Unidos en la guerra entre Rusia y Ucrania; la postura del gobierno con respecto al genocidio del gobierno de Israel contra Gaza y los otros frentes en el Medio Oriente que mantienen en jaque al mundo; la discusión en torno a la defensa del derecho al aborto y su combate así como la crisis de salud pública causada por el consumo y las muertes a causa del fentanilo, entre muchos otros.
Estos son los temas, pero también se hacen cálculos por minorías: que si los migrantes o el voto latino, que si los jóvenes, que si los blancos sin estudios, en fin.
Lo que va a pasar pasará y nos toca ser testigos de piedra de un proceso muy mediático, muy en la línea del show busines s, extremadamente banal de pronto, pero que no impide calcular e imaginar cómo será la relación entre México y Estados Unidos con uno y con otra. En el primer caso ya hay una experiencia previa. En el segundo ya se vería, ah, porque eso sí, las especulaciones, elucubraciones, estimaciones y proyecciones están a la orden del día.
El Gobierno de México se tendrá que entender con quien sea que gane, no hay de otra. Y dependiendo de si las promesas-amenazas se cumplen, los diplomáticos tendrán que hacer su chamba… así es cada cuatro años con todo y los componentes inéditos.