Que Donald Trump será presidente de los Estados Unidos es una verdad del tamaño de la Luna. Que si el tipo es un mentiroso contumaz, un evasor de impuestos, un machista y mujeriego, racista y narcisista, es tan mundialmente conocido como su cara anaranjada y su cabellera rubia. Y para los mexicanos, también es totalmente cierto que somos los vecinos de los Estados Unidos, que nuestra economía depende de ese país y que todo el Norte de la república conforma una tercera nación con el Sur de Norteamérica.
Si todavía queda un rezago del sueño patriotero y divisionista que se cultivó durante décadas, despertemos: México y Estados Unidos están estrechamente ligados. Compartimos población, intereses económicos, territorio (agua y desiertos), idioma, cultura, idiosincrasia.
Compartimos violencia, crimen, delitos, drogas, armas y una frontera que es la más cruzada del planeta. Por nuestra frontera pasan camiones repletos de mercancía industrializada, alimentos, tecnología, y también pasan migrantes, drogas, criminales y crímenes. De allá para acá, y de aquí para allá.
Los discursos de políticos en campaña son agresivos e hipócritas. Los discursos de políticos en el gobierno, son un disimulo. La vida real la viven los habitantes de Tamaulipas, Coahuila, Nuevo León, Chihuahua y Baja California; y la misma vida real es la que experimentan todos los días en California, Nuevo México, Arizona y Texas.
Donald Trump es presidente, y lo mismo es Claudia Sheinbaum Pardo: presidenta.
El próximo presidente norteamericano tendrá la facultad de hacer una revisión del tratado comercial entre México, Estados Unidos y Canadá. Amenazó con aplicar aranceles si no se reduce el tránsito a su territorio de drogas y migrantes; ha sido explícito en su proyecto de aplicar acciones de seguridad contra grupos criminales que operan en territorio mexicano y que delinquen en territorio norteamericano. Hay muchos acuerdos, temas y matices en la relación entre dos vecinos como México y Estados Unidos, que no se hacen públicos y que no forman parte del discurso de un radical como Donald Trump. Una cosa es competir en elecciones y otra, muy diferente, es ser presidente.
El gobierno de Claudia Sheinbaum, ella misma, puede responder a las amenazas y apelar a discursos políticos.
Pero sin en otros asuntos internos la presidenta ya mostró su rostro autoritario y se apoyó en el evidente abuso y arbitrariedad de la mayoría morenista que controla el Poder Legislativo y se está adueñando del Poder Judicial, en la relación inevitable con los Estados Unidos, ha mostrado inteligencia, pragmatismo y visión geopolítica.
Claudia Sheinbaum felicitó a Trump. Le envió una carta. Tuvo ya una llamada con él.
La presidenta puso en relevancia los intereses irrenunciables (comerciales, políticos y sociales) que se comparten entre México y Estados Unidos. Es lo más importante. Envió un mensaje de tranquilidad y confianza. Que nadie entre en pánico: Donald Trump será presidente y punto; así lo decidieron los estadounidenses. Se trabajará en conjunto y se velará por lo que ambas naciones valoran.
¿Habrá problemas? Sí.
Pero los gobiernos serios no lloran ni se quejan. Un gobierno está obligado a anticipar, proyectar y resolver.
El primer paso fue el correcto. Veremos…