Se pensaba que las elecciones del pasado 5 de noviembre serían las más reñidas en la historia de Estados Unidos, incluso se habló de un posible empate técnico entre el partido demócrata y el republicano. Las encuestas se equivocaron.
Algunos pensamos que esta vez sí sería posible que una mujer dirigiera el país más poderoso. Nos equivocamos. Los electores de esa potencia mundial le mostraron al mundo que no estaban listos, al menos la mayoría de ellos no lo estaban.
Quién diría que un país tan avanzado se rehúsa a cambiar su historia, que demoraría tanto en llevar a una mujer a la contienda electoral (Hilary Clinton, 2016) y que volvería a priorizar a un empresario con un polémico historial de denuncias como Trump en lugar de una mujer con una destacada trayectoria política como Kamala Harris. Así fue. ¿El resultado habría sido el mismo si el partido demócrata hubiera sido representado por otro hombre en lugar de Biden?
Algunos, como la escritora Margaret Atwood, argumentan que el triunfo de Trump se debió al temor de que una mujer de raíces extranjeras los representara; otros, a la falta de tiempo de Harris con una campaña tan corta que no le permitió diseñar una estrategia propia y continuó la línea del candidato oficial en un momento donde ni los demócratas apoyaban al presidente que está por concluir su mandato. Cualquier teoría, si es que fuera cierta, no alanzó para que una mujer relativamente joven (Biden tiene 81 años y Trump 78), fuerte y con experiencia como vicepresidenta dirigiera el país. Ahora los republicanos son mayoría.
Quizá pronto volvamos a ver a una mujer en la contienda electoral norteamericana, quizá no, lo que sí es verdad es que la alternancia en Estados Unidos en los últimos años parece responder más a un voto de castigo que a un voto de confianza sin importar el candidato, de lo contrario, ¿por qué no ganó Trump la reelección en 2020? La transición está en marcha.