La Revolución Mexicana estalló después de décadas de abusos y explotación de campesinos y obreros en nuestro país, hombres, mujeres y niños; y del casi exterminio de varias etnias, particularmente yaquis y mayas. El llamado que hizo Francisco I. Madero, cuando supo que no se podría emprender un cambio por la vía pacífica, fue atendido de inmediato por una población sumida en la pobreza y víctima de desprecio y represión por las clases favorecidas por Porfirio Díaz y por el propio régimen.
Si los 30 años de gobierno porfirista hubiesen sido perfectos, como de pronto se les quiere revestir, de perfección, no habría explotado un movimiento social como el que fue la Revolución Mexicana que además, dio lugar a la primera Constitución Política del siglo XX en el mundo, con un marcado y determinante enfoque de justicia social sin precedentes.
Consolidación del Estado laico: Educación gratuita, justicia para los trabajadores, reparto agrario, soberanía sobre los recursos naturales del territorio nacional y otras decisiones, incluso relativas a la posición de México en el mundo, quedaron inscritas en la Carta Magna de 1917 en el marco de la Revolución Mexicana. La inclusión de estos derechos en la Constitución y su práctica y respecto, están en la base de lo que podemos considerar y reconocer como valores revolucionarios.
Lamentablemente, si bien no fue de inmediato, esos valores revolucionarios se empezaron a pervertir por una clase política que se desvió del camino, bien instalada en el poder, con garantías construidas y sólidamente estructuradas para su permanencia.
Al paso de los años, gobierno revolucionario tras gobierno revolucionario, aquellos triunfos se convirtieron en palabras vacías en los discursos de los políticos de cada sexenio porque la clase trabajadora fue usada como “carne de urna” mientras los líderes obreros se servían con la cuchara grande; porque el campo fue abandonado, por las modificaciones constitucionales de muchos años después que derrumbaron los logros del movimiento social que empezó el 20 de Noviembre de 1910 y por otras decisiones que fueron deteriorando paulatina y progresivamente, pero no poco a poco, las condiciones de vida de las mayorías.
Los indicadores de pobreza y desigualdad se dispararon a la alza y solamente, diseñados y operados por sucesivos gobiernos “emanados de la Revolución”, se emprendieron programas y acciones que sólo eran paliativos bien calculados para su aplicación en contextos electorales.
En varios momentos a fines del siglo XX y principios del XXI, cuando nos aprestábamos a conmemorar los primeros cien años de la Revolución Mexicana, las decisiones desde el gobierno casi sepultan los logros revolucionarios: outsourcing o subcontratación, sin prestaciones ni derechos (precariedad laboral); contención de los incrementos salariales; virtual desaparición de los sindicatos y centrales obreras (que de por sí no servían para mucho pero hacían como que luchaban por las causas laborales), desmantelamiento del campo; privilegios para las minorías con poder económico cada vez más fuerte y casi la entrega de los recursos naturales y de la soberanía sobre su uso, administración y aprovechamiento. Regresión total. De hecho, la combinación de medidas neoliberales y propias del porfiriato, llevaron a analistas y politólogos a desarrollar el concepto de neoporfirismo.
En el último lustro, poco más, pandemia y otras crisis internacionales incluidas, se empezaron a retomar los valores revolucionarios y no en términos demagógicos sino con medidas precisar para recuperar los logros que la lucha armada que empezó en 1910 había conseguido. Se han revertido cambios constitucionales que iban en detrimento de los mexicanos y se han ido recuperando derechos cuyos fines y propósitos son mejorar de manera progresiva y acelerada las condiciones de vida de la población, abatir la pobreza y la desigualdad, más allá de acciones paliativas y efímeras con duraciones de tres y seis años.
No es fácil y falta mucho, pero en poco tiempo se avanzó en la recuperación de los valores revolucionarios que empezaron con un grito masivo por justicia en todas sus dimensiones. Es preciso seguir trabajando en esa recuperación y, hoy por hoy, contrario a lo que fue por muchos años (una celebración demagógica y vacía), el 20 de Noviembre sí es una ocasión para rescatar y revalorar los logros revolucionarios y para rendir homenaje a los cientos de miles de mexicanos y mexicanas que dieron su vida por cambiar el orden de las cosas y construir un México más justo para todos.