El 19 de noviembre de 2024, el presidente ruso Vladimir Putin anunció un cambio significativo en la doctrina nuclear rusa, reservándose ahora, el derecho de responder con armas nucleares ante un ataque con armamento convencional, si el país agresor cuenta con el respaldo de una potencia nuclear. Esta decisión se produjo poco después de que el todavía presidente de Estados Unidos, Joseph Biden, autorizara a Ucrania a utilizar misiles de largo alcance contra objetivos en territorio ruso. La retórica de ambos titulares del ejecutivo ha generado preocupación de una escalada regional o extra-regional, pero antes de profundizar en los riegos, vale la pena comprender qué es una doctrina en relaciones internacionales y cómo influye en la dinámica geopolítica que estamos presenciando.
¿Qué es una doctrina en Relaciones Internacionales?
En el ámbito de las Relaciones Internacionales, una doctrina es un conjunto de principios que guían la política exterior y de seguridad de un Estado. Estas doctrinas establecen las condiciones bajo las cuales un país actuará en situaciones específicas, reflejando sus intereses nacionales y su visión del orden mundial. En el mundo de la política internacional, las doctrinas son algo más que declaraciones de intenciones. Por ejemplo, la Doctrina Truman de 1947 estableció la política de “contención del comunismo” por parte de Estados Unidos, mientras que la Doctrina Brezhnev de 1968 justificó la intervención soviética en países del bloque socialista para mantener la hegemonía comunista. Las doctrinas además, buscan trazar un camino hacia el futuro, permitiendo que los Estados tomen decisiones consistentes en tiempos de crisis. En el ámbito nuclear, estas posturas adquieren un peso especial, ya que definen los límites de lo impensable: el uso de armas con capacidad destrucción masiva.
La doctrina nuclear rusa y su evolución
Históricamente, la doctrina nuclear rusa se ha centrado en la disuasión, reservando el potencial uso de armas nucleares para situaciones de amenaza existencial y como último recurso. El nuevo enfoque, en cambio, amplía este umbral al incluir ataques convencionales respaldados por países con capacidad nuclear, aumentando, al menos en la retórica, el riesgo de una escalada en conflictos regionales. En la práctica, esta reinterpretación reduce, para los adversarios de rusia, el margen de maniobra en conflictos con un alto ingrediente de intervención extranjera como el de Ucrania.
¿Qué significa “respaldo”? ¿Bastará con que un aliado de Ucrania proporcione inteligencia, armamento, financiación, entrenamiento, apoyo logístico? La falta de claridad parece ser deliberada: una política diseñada para advertir que Rusia mantiene abiertas todas las opciones estratégicas.
Promesas incumplidas: la expansión de la OTAN
Para entender esta postura, es necesario revisar el contexto que la alimenta. Cuando la Guerra Fría llegó a su fin, Estados Unidos y sus aliados occidentales prometieron que la OTAN no se expandiría hacia el Este. Esta promesa, aunque no quedó plasmada en un tratado, fue clave para persuadir a Mijaíl Gorbachov de aceptar la reunificación alemana.
Lo que siguió fue exactamente lo contrario. Desde 1999, la OTAN ha integrado a varios países del antiguo bloque soviético, incluyendo Polonia, Hungría, la República Checa y, posteriormente, las repúblicas bálticas. Las fechas de expansión lo dejan claro:
1. 1999: Hungría, Polonia y República Checa.
2. 2004: Estonia, Letonia, Lituania, Eslovaquia, Bulgaria, Rumania y Eslovenia.
3. 2009-2020: Croacia, Montenegro y Macedonia del Norte.
Hoy, la OTAN tiene 31 miembros, y algunos de ellos, como Estonia, comparten fronteras directas con Rusia. Moscú percibe esta expansión como una amenaza existencial, una postura que Putin ha repetido con insistencia. Ucrania, aunque no es miembro formal de la alianza, ha coqueteado con la idea de unirse, lo que para el Kremlin marcó un punto de no retorno.
Occidente y el dilema de la disuasión
En este contexto, la nueva doctrina nuclear de Putin puede leerse como un mensaje: no para Ucrania, sino para Estados Unidos y la OTAN. Se trata de un intento disuasorio frente al apoyo militar y financiero occidental a Ucrania que ahora les enfrenta al dilema sobre cómo continuar su injerencia sobre Ucrania sin provocar una escalada de consecuencias impredecibles.
La decisión del presidente Joe Biden de anunciar la autorización de uso de misiles de largo alcance por parte de Ucrania, a solo dos meses de finalizar su mandato, sugiere que busca fortalecer la posición de Zelenski frente a la transición de poder en Estados Unidos, especialmente, considerando que el presidente electo, Donald Trump, ha expresado su intención de reducir –o cortar por completo– el apoyo a Ucrania. A lo que el presidente electo Trump ha respondido con una propuesta: sentar a los presidentes de Rusia y Ucrania, Vladimir Putin y Volodímir Zelenski, en una mesa de negociaciones encabezada por él mismo.
La iniciativa de Trump no es casual. En sus declaraciones, ha señalado su intención de poner fin a la guerra “en un día”, una promesa que combina su estilo demagogo de liderazgo con un enfoque pragmático. Si bien esta propuesta podría interpretarse como un intento por reafirmar la capacidad de Estados Unidos para liderar la diplomacia global, parece que también se trata de una oportunidad para Rusia para demostrar que Occidente está dividido en su respuesta.
En este escenario ganar-ganar para la Rusia de Putin y el Estados Unidos de Trump, Rusia gana –además de territorio– neutralidad de facto de Ucrania –exigencia que ha delineado Putin en diversas ocasiones– y el Estados Unidos de Trump-Rubio gana la posibilidad de reorientar su espíritu intervencionista hacia escenarios que les son más atractivos como Israel-Palestina.
En todo esto, la propuesta de una salida negociada a la intervención rusa en Ucrania, se plantea además como una salida difícil de rechazar para Zelenski, especialmente bajo las advertencias de la futura administración de Trump de reducir el apoyo militar y financiero a Ucrania.
Reflexiones finales
La interacción entre las doctrinas de seguridad, los intereses geopolíticos y las jugadas diplomáticas de las grandes potencias redefine constantemente los márgenes de la seguridad global. El cambio en la doctrina nuclear rusa no puede interpretarse de manera aislada; es ante todo, una respuesta al entramado de presiones acumuladas tras décadas de tensiones no resueltas, desde la expansión de la OTAN hasta la actual invasión a Ucrania.
Al final, tanto el anuncio de Biden como la respuesta de Putin, revelan una constante en la política internacional: las doctrinas son herramientas de poder, diseñadas no solo para disuadir, sino también para dar forma a la percepción global de fuerza y legitimidad. La cuestión ahora no es si habrá un acuerdo, sino qué tipo de nuevo equilibrio surgirá de estas maniobras.
Mientras las doctrinas se actualizan y las negociaciones plantean posibles salidas, el margen para errores de cálculo sigue siendo, de cualquiera manera, peligrosamente estrecho. Las decisiones que se tomen no sólo definirán el futuro de Ucrania, sino también una importante porción del equilibrio del poder global en las próximas décadas.