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Ismael Ramírez
Ismael Ramírez
Especialista en medicina familiar. Maestro en farmacología. Es presidente del Colegio Jalisciense de Medicina Familiar A.C.

Emociones aprendidas en el curso de nuestra vida y la relación médico-paciente

7 diciembre 2024
|
05:01
Actualizada
23:04

En la columna de la semana pasada dije que las emociones son formas de conocimiento tácito acumulado por la especie humana y por la experiencia individual que aprendemos desde el nacimiento y hasta la muerte. La columna de hoy hace una explicación general de las emociones-sentimientos que acumulamos en el transcurso de nuestra vida.

El contexto donde nacemos y nos desarrollamos

Es muy sólida la idea de que los humanos nacemos con un equipamiento genético-estructural y que el resto lo aprendemos interaccionando con nuestro contexto cultural, empezando con el de nuestra familia (1). Aprendemos a razonar como humanos a través del contacto con otros humanos. Pongo el ejemplo del lenguaje; aprendemos el lenguaje que escuchamos mediante la observación atenta y continua de lo que hacen y expresan nuestros cuidadores. Las primeras palabras que pronunciamos están en íntima relación con la importancia de las personas que nos garantizan la sobrevivencia. Este aprendizaje emocional es tácito (no percibimos la forma en que lo aprendemos y la forma en que nos viene a la mente). La calidad de nuestro aprendizaje (tácito y explícito) va de la mano con la precisión y amplitud del lenguaje de nuestros cuidadores. Cada significado de la palabra que aprendemos está ligada a emociones y así será el resto de nuestra vida, incluyendo el aprendizaje escolarizado. Mientras más intensa la emoción, más intenso será el aprendizaje explícito-analítico que incorporamos. Si cuando decimos por primera vez “Mamá o papá” (Ma’ o pa’) la respuesta del contexto es de indiferencia, el aprendizaje queda desligado de la emoción del placer de aprender de conectar, agradar a nuestros cuidadores principales. En consecuencia, podría dejar en el bebé un sentido de no ser aceptado, o de no ser grato para los cuidadores. Es claro que la respuesta afectiva de los padres o cuidadores le da al bebé una imagen del mundo. Esto no es absoluto y cada vida es una trayectoria con destino incierto y con momentos, coyunturas, donde la trayectoria de vida puede cambiar de dirección hacia mejor o hacía peor (2).

El sentimiento de fondo en nuestras vidas

Retomo ahora el ejemplo de las emociones de “hambre” que describí la semana pasada para describir cómo puede darse cierto tono afectivo de fondo que suele caracterizar a cada individuo; Damasio lo llama “sentimiento de fondo” (3). Un bebé que tiene que llorar intensamente y de manera repetida para ser alimentado durante los primeros meses de vida echa a andar mecanismos de respuesta a los estresores que amenazan a la vida y desarrollará la experiencia (no consciente) de que el mundo (los cuidadores, en esta etapa) no son confiables. Al mismo tiempo, su sistemas neurológico, psicológico, endocrinológico e inmune (en adelante psico-neuro-inmuno-endocrinológico) eleva su nivel de homeostasis (nivel de equilibrio) comparativamente con un bebé que tiene casi siempre su alimento suficiente y oportunamente. Para el niño crónicamente estresado, el mundo representa desconfianza y lucha, lo que altera su homeostasis (equilibrio normal) y lo lleva a la alostasis (equilibro no-normal). Para el bebé del ejemplo con alimento seguro y suficiente, el mundo significa algo con lo que puede interactuar con confianza; su sentimiento de fondo incluye la confianza. Antonio Damasio plantea que el sentimiento de fondo lo exploramos cuando preguntamos a otros: ¿Cómo te sientes? Es como pedir una evaluación del estado general. Las respuestas son del estilo de: “me siento bien, regular, ¡me siento muy mal!”. Es una pregunta diferente de ¿cómo estás?, a la que se puede contestar amablemente sin decir nada acerca del estado corporal. El sentimiento de fondo está muy ligado a la personalidad que caracteriza a los individuos adultos (3).

Soy un individuo y existen los otros

Lo que acabo de describir ayuda a comprender el impacto emocional que tendrá en la edad adulta el maltrato, el abandono, el rechazo, la reprobación, el desprecio de los padres hacia sus pequeños; todas estas formas de abuso. Incluso la separación por hospitalización del niño o de los cuidadores deja huellas emocionales, recuerdos inconscientes. Pero, alrededor de los 18 meses, el bebé descubre que es un ser individual y que existen los otros (los no yo) (4), por tanto, el mundo es visto como algo separado de uno. Adicionalmente, alrededor de los 4 años los niños comprenden que tienen una mente, pueden hacer planes y dar respuestas conscientes y saben que “los otros” tienen también una mente como la suya (5). A partir de este cambio, las experiencias de la vida van dejando marcas emocionales más claras. De los 4 años en adelante el niño puede expresar algunos sentimientos si los adultos le ayudan a ponerle nombre a una emoción intensa que los domina (6). Sabemos que poder nombrar una cosa o fenómeno ayuda para comunicarla, comprenderla. Sin embargo, no siempre es posible ponerles nombre a las emociones complejas. Lo que quiero destacar es que después de los 4 años el procesamiento emocional alcanza otro nivel.

El marcador somático (corporal)

Las emociones intensas durante el desarrollo dejan una marca en nuestra unidad cuerpo-mente, y es por eso que en ciertos contextos, un lugar, un olor, una voz, un sabor, una canción, un rostro o figura, etcétera, despiertan sensaciones súbitas, una respuesta somática (soma significa cuerpo). Puede ser muy diferente en cada uno, sensación de que el corazón se “vuelca”, manos frías, dolor abdominal, ganas de defecar, mareo, parálisis, dolor en el cuello, suspensión de la respiración, en fin. En este caso es un marcador somático aversivo que nos impulsa a retirarnos del contexto, evadirlo, evitarlo (3). Si nos guiáramos solo por la emoción seríamos seres automáticos con muchos problemas sociales; los marcadores somáticos hacen una primera selección (atractiva o repulsiva) pero, es nuestro conocimiento analítico, para tomar la mejor decisión, es como si nos preguntáramos: ¿Me siento profundamente atraído por esta situación, pero, es adecuado en este momento para mí seguir ciegamente ese impulso? Damasio cita a Tolstoi acerca de que existe mayor gama de sentimientos no armoniosos que el lado positivo de la felicidad; abundan el disgusto, miedo, rabia, tristeza, vergüenza, culpa, desprecio (3).

Reprimir para sobrevivir

Cuando la vida de las personas ha sido muy desafortunada y el contexto de su desarrollo les ha expuesto a amenazas severas a su sobrevivencia desde la niñez, su organismo reprime la conciencia de su pasado aunque gastando mucho de su energía vital. Ocurre entonces una disociación entre lo que la conciencia recuerda como historia de vida, los procesos inconscientes y las sensaciones corporales. Ante los estresores de la vida, los marcadores somáticos siguen haciendo su papel de calificadores de los contextos. El cuerpo sigue llevando la cuenta, pero la conciencia no logra percibirlos. Pareciera que la mente profunda comunica mensajes opuestos; a la consciencia le dice que todo está bien, pero al cuerpo le dice que está en peligro y responde físicamente. Esta compleja situación ocurre en casos severos de “somatización”. Yo prefiero denominarlo sufrimiento expresado somáticamente, porque “somatizar” implica atribuir a la persona voluntariedad en su padecer. Con frecuencia la medicina se aleja de su misión de servir con compasión por medio de la ciencia, y culpa al paciente de su sufrimiento (7).
En suma, las emociones y sentimientos son formas de conocimiento, no son un lujo; provienen de la evolución de las especies y de la experiencia de vida de cada persona. Muchas de las emociones son inconscientes, representan tenues mensajes desde los niveles profundos de la unidad mente-cuerpo. Expresan en lenguaje cifrado nuestros estados corporales y mentales, las percibimos intensamente en situaciones de estrés severo o enfermedad franca de los órganos. La represión severa de las emociones tiene un objetivo protector en la infancia y adolescencia, pero causa disfunción social en la vida (la llamada neurosis es un ejemplo).
Mi campo de trabajo es la educación afectiva de los médicos en el ámbito de la relación médico-paciente; su forma específica es generar ecuanimidad compasiva para servir a las personas protegiéndose del desgaste emocional.

Notas y referencias

(1) Fleer, M., González-Rey, F., & Veresov, N. (2017). Perezhivanie, emotions and subjectivity. Advancing Vygotsky’s Legacy. (Vol. 1). (E. Kravtsov, Ed.) Singapore, Singapore: Springer.
(2) Maughan B., McCarthy, G. (1997). Childhood adversities and psychosocial disorders. British Medical Bulletin 53(1):156-169.
(3) Damasio, A. (2015). El error de Descartes. Emoción, la razón y el cerebro humano. México: Planeta.
(4) Este video muestra la prueba del espejo que demuestra que el niño se reconoce a sí mismo. Puede activar los subtítulos. https://www.youtube.com/watch?v=M2I0kwSua44
(5) Martínez, M. (2011). Intersubjetividad y Teoría de la mente. Psicología del Desarrollo, I(II), 9-28.
(6) Medina, J. (2010). Los principios del cerebro en los niños. Bogotá: Norma.
(7) Dreher, H. Mind-body Unit: a new vision for mind-body science and medicine. (1st ed.). Baltimore, Maryland USA: The Johns Hopkins University Press; 2003.

*Las opiniones y contenidos en este texto son responsabilidad total del autor y no de este medio de comunicación.
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