Llamaron histórica a la sentencia de Dominique Pelicot, el hombre que la semana pasada recibió 20 años en prisión por el delito de abuso sexual agravado ya que durante 10 años pidió a 70 hombres desconocidos que abusaran de su entonces esposa, Gisèle.
En realidad, histórica considero a la mujer que fue capaz de cambiar el paradigma, que pasó por encima del pudor y del dolor y cambió de bando la vergüenza para encarar a sus agresores en la Corte: 50 hombres identificados, de entre los 70 captados en imágenes, que accedieron a violar a una mujer de la tercera edad mientras estaba inconsciente. ¿Se puede decir más?
Todos los acusados recibieron una sentencia: unas menos graves que otras; todos igual de culpables; ninguno salió impune. Recibieron desde tres hasta 15 años de prisión en el mismo juicio que colocó a una mujer de 70 años bajo el reflector durante meses.
El caso de Gisèle es de esos que marcan un antes y un después. Es el logro no sólo de las leyes del hombre en Francia, es el resultado de la sororidad de las mujeres no sólo en ese país que arroparon con marchas, con pintas en los muros y campañas en las redes sociales a una sola en su momento más vulnerable.
Hay quien se aventuró a colocar el rostro de Gisèle en la portada de la revista “TIME”, publicación que en realidad se la otorgó a Trump como persona del año. ¿Qué ironía, no? Aun así, el rostro de Gisèle fue el rostro del valor, para no olvidar, para no ignorar, para no mirar de lado, para que se escuchen todas las voces, para que no haya ni una más ni una menos. Las mujeres en Francia y en el mundo se encargaron de que estuviera en todas partes para recordarle a los hombres y a las leyes que la vergüenza no debe estar en la víctima, si no en el agresor y en la impunidad.