Aquí vamos otra vez. Damos la bienvenida a un nuevo año en el calendario, esa medida de tiempo dividida en 365 días con 24 horas cada uno, que siempre parecen insuficientes.
Hace unos días leí una columna que el escritor español Manuel Vicent publicó hace 15 años, justamente sobre ese tiempo que no controlamos, pero que vivimos; que vemos en cada cosa que hacemos y en cada experiencia que guardamos; en los niños que dejan de serlo ante nuestros ojos, en las personas que conocemos y en las que se van; en los lugares a los que llegamos y de los que partimos.
Dicen que la vida es eso que pasa frente a nosotros mientras estamos haciendo otros planes… y puede ser cierto. Tenemos una inclinación natural para programar cada día del futuro como si nos perteneciera. Nada más frágil; lo vemos todos los días.
Ya no escucho que la gente tenga propósitos de año nuevo. Alguna vez tuvieron sentido. La inmediatez en la que ahora vivimos parece haberlos anulado. Tenemos otro esquema de metas e incentivos. Lo importante es pensar qué haremos con el tiempo que tenemos, cómo y en quiénes invertimos ese finito recurso que en realidad es un regalo al que llamamos presente.
Es momento de hacer un balance e identificar nuestros adeudos y nuestras cuentas por cobrar antes de que el recurso se agote. Afortunadamente vivimos como si no lo fuera y ahí radica el encanto.
Pocos como nosotros podemos prolongar en un ahorita. Ya lo decía el escritor uruguayo Mario Benedetti: “Cinco minutos bastan para soñar toda una vida, así de relativo es el tiempo”.