Las mujeres, históricamente, hemos jugado el rol de cuidadoras.
Nos gusta, lo hacemos por amor y cariño incondicional a nuestros seres queridos: hijas e hijos, papás y mamás, abuelas y abuelos, hermanos menores, personas enfermas, niñas, niños, necesitados.
Y lo reconozco, hablando en primera persona, pues algunos de los momentos más felices de mi vida han sido cuidando a mi Sofía. Mi mamá, la doctora María Elena Gómez, me ayudó muchísimo en la atención y la crianza de mi hija y eso fue absolutamente fundamental para que yo pudiera seguirme desarrollando, tanto profesional como académicamente. De no haber sido por eso, probablemente no habría logrado la trayectoria pública que he podido consolidar. Pero también mi mamá pudo alcanzar muchos de sus logros profesionales y académicos gracias a mi abuela que con amor y dedicación cuidó de mí para que mi mamá pudiera continuar especializándose. Lo que resume que mis logros no son sólo míos, sino de las muchas personas que me cuidaron desde pequeña y me ayudaron después con el cuidado de mi hija, lo que más quiero en el mundo.
Pero no todas las personas tienen la fortuna de contar con una amplia red de apoyo familiar y social que nos ayude a cuidar a quienes más queremos. Tanto el Estado como la sociedad no ha reconocido lo suficiente el valor de este arduo papel que generalmente recae en los hombros de las mujeres, y carece de dicho valor dado que cuidamos por amor y por ello, nuestro cuidado y trabajo no recibe reconocimiento social y mucho menos algún tipo de remuneración económica.
Por eso merece la pena que comencemos a hablarlo en familia, como en las agendas políticas en los congresos y asignarle presupuesto a una política pública de cuidados. El tema es sumamente complejo, tiene muchas aristas. Si bien es cierto esto, afortunadamente, poco a poco está cambiando en Jalisco.
Gracias al trabajo político y el activismo social de muchísimas mujeres valientes y solidarias, así como de varones sensibles y con visión social, cada vez más la ciudadanía, gobernantes y legisladores reconocemos que el cuidado de las personas es una forma genuina de trabajo, y que lo más conveniente es que el Estado le retribuya económicamente ese trabajo a las mujeres.
Jalisco y México deben impulsar las reformas legales necesarias para reconocer y remunerar el trabajo de las y los cuidadores. Tenemos que hacerle ver a las personas que ese trabajo –silencioso, amoroso y arduo– merece ser reconocido socialmente. No es nada fácil cuidar a un bebé, a una persona adulta mayor, a alguien con discapacidad o a un enfermo. Es una labor que si bien es cierto se hace con y por amor, también debemos analizarla, porque los cuidados son un trabajo que se realiza en soledad y genera a la larga, desequilibrios emocionales que las mujeres van viviendo en silencio sin entender con mucha claridad y sintiendo culpa el cansancio de realizar un trabajo “por amor”.
Hablemos de la política de los cuidados, generemos consciencia de la importancia de este imprescindible rol social. Apoyemos más a nuestras madres y mujeres cuidadoras. Les debemos mucho.
En mi clase de economía feminista, mi maestra Cristina Carrasco a menudo repetía en relación a las aportaciones del trabajo gratuito e invisible que las mujeres tienen milenariamente realizando, que sólo un necio confunde valor con precio. Tendremos un México con más democracia y más igualdad si apoyamos firmemente a nuestras mujeres cuidadoras, que llevan a cabo un trabajo de incalculable valor y pongámosle precio.