Es curioso, pero la “costumbre” de medir los primeros cien días en los gobiernos de casi todos los países, tiene su origen en Estados Unidos, con Franklin D. Roosevelt cuando tuvo que enfrentar una de las peores crisis económicas de la época, nada menos y nada más que la Gran Depresión que estalló el jueves 24 de octubre de 1929. Fue en ese marco que rindió protesta como el presidente número 32 de la Unión Americana y prometió resultados en 100 días.
Desde entonces, en el vecino del Norte y luego en el resto de casi todo el mundo, azuzados también por los medios de comunicación que tomaron la medida de los cien días como una figura taquillera y atractiva para ofrecer a las audiencias, esta práctica continúa vigente y México no es la excepción.
Ahora bien, más allá de este brevísimo repaso del origen y del porqué ha continuado, resulta una herramienta muy útil para hacer un recuento y rendir cuentas en el arranque de un gobierno, además de que ofrece la oportunidad de reiterar o manifestar posturas sobre cuestiones muy específicas.
Esto fue justo lo que pasó ayer aquí, en el Zócalo de la Ciudad de México, con la emisión de un mensaje al cumplirse los primeros 100 días de gobierno de Claudia Sheinbaum Pardo, la primera Presidenta de México, en un contexto muy particular, determinado en mucho por los acontecimientos a punto de llegar (en una semana, de hecho) en Estados Unidos, es decir, la inauguración o toma de protesta de Donald Trump, por segunda vez, aunque no consecutiva, presidente de la Unión Americana.
Al final del mensaje Sheinbaum Pardo se refirió al asunto de manera expresa y sin darle vueltas, sin recurrir a eufemismos o mensajes crípticos no sin antes destacar, como prácticamente sucede en cada discurso, la calidad y las características encomiables del pueblo mexicano.
A reserva de volver a estos dos puntos, al principio habló de cómo terminó 2024, año en el que hasta el 30 de septiembre gobernó este país Andrés Manuel López Obrador. No omitió su nombre ni la relación de ese gobierno con el actual que encabeza, como la misma Presidenta reitera, y es “el segundo piso de la cuarta transformación”.
Destacó, por ejemplo, el aumento al salario mínimo en 135 por ciento en general y 221 por ciento en la frontera de 2018 a 2024. La salida de la pobreza de nueve y medio millones de mexicanos y mexicanas y la reducción de los niveles de desigualdad; los registros históricos en materia de empleo y de inversión extranjera directa, así como en reservas del Banco de México y en ingresos tributarios que tuvieron un incremento en términos reales de 4.6 por ciento en comparación con 2023.
Habló del Plan México (está semana se presentará completo formalmente), que incluye una participación extraordinaria del sector privado y prácticas de colaboración que alcanzan a todo el territorio nacional con base en la vocación de cada región, los recursos naturales disponibles y la infraestructura así como las condiciones sociales de las localidades, para impulsar la relocalización con un componente fundamental: la prosperidad compartida y el bienestar para toda la población.
Abordó dos temas muy sensibles, desde siempre: educación y salud. Con respecto al primero, entre otras cuestiones relativas a infraestructura y más lugares, anunció que hoy se presentará el nuevo modelo de educación media superior (prepas) y que, como no se hacía desde hace más de 40 años, se apoyarán a las escuelas de educación artística, tanto del INBA como del INAH; y a sus docentes se les mejorarán sus salarios.
En cuanto a salud, el recuento de obras inauguradas y por inaugurar, son noticia de que se trata de una agenda pendiente y en rezago desde hace décadas y que hay que apurar el paso para remontar. Seis años no alcanzan, ni doce, quizá.
Antes, la Presidenta Sheinbaum habló de que el Poder Legislativo y el Ejecutivo recuperaron “la esencia democrática, republicana, social y patriótica de la Constitución de 1917”. Y, hasta ahora, con las más de 12 reformas que han avanzado en las cámaras se podría pensar que sí, sin embargo, son acciones para no perder de vista y participar siempre que se pueda, particularmente por la operación de los integrantes de las bancadas mayoritarias tanto en el Senado como en la Cámara de Diputados. Ojo, se trata de no repetir conductas repetitivas de los gobiernos neoliberales.
No hubo omisiones respecto a planes y avances, por ejemplo, en materia de agua, un tema prioritario que nos involucra a todos, para la disponibilidad de agua potable, para el agua que se usa en el campo, para la revisión de concesiones y para el saneamiento. Ofreció un dato muy interesante: 64 distritos de riego cedieron más de tres mil millones de metros cúbicos a las aguas nacionales, es decir, se desprivatizaron.
Campo y alimentación; vivienda, con énfasis en la Ley del Infonavit, comunicaciones (Tren Maya, Interoceánico, nuevas rutas para trenes de pasajeros, carreteras, puertos y aeropuertos), energía y fortaleza de Pemex y CFE; seguridad y, por supuesto, los resultados en materia económica que se mantienen y se planea incrementar, mejorar, avanzar con el concurso de todos. Programas sociales como derechos y las acciones específicas enfocadas en el adelanto de las mujeres, incluida la reforma constitucional sobre igualdad sustantiva, el derecho a una vida libre de violencias y la afirmación, por fin, de “a trabajo igual, salario igual”.
Al final, muy importante porque además está en los cimientos del humanismo mexicano y es uno de los dos puntos con los que empecé esta columna, la Presidenta Sheinbaum destacó la grandeza del pueblo mexicano. Esta parte la celebro y la repito porque durante décadas el mensaje hacia toda la población, hacia los mexicanos como pueblo, era de desprecio y menosprecio, de crítica y discriminación, de minusvalía, de desdén y descalificación. Ya no.
“México es un país extraordinario por su pueblo generoso y fraterno, heredero de las civilizaciones originarias y de la rica historia patria, con héroes y heroínas que no se encuentran en ninguna otra parte del mundo. El pueblo de México es honesto, trabajador y valiente. Las mujeres y hombres mexicanos sabemos siempre salir adelante. Resistimos, pero nunca nos rendimos”.
A partir de aquí, repito, sin maquillajes o disfraces, destacó el valor de los mexicanos en Estados Unidos, lo que producen para el vecino del Norte y lo que mandan a sus familiares en México (en 2024 las remesas fueron de cerca de 65 mil millones de dólares) y abordó el tópico que está en boca de todos: la relación con Estados Unidos a partir de que tome posesión Donald Trump el próximo lunes 20 de enero, el segundo punto (¿cómo dirían los vecinos si se hubiese evadido el asunto? El elefante en la habitación).
Ojalá así sea y lo ha repetido en los últimos días: “estoy convencida de que la relación entre México y Estados Unidos será buena y de respeto, y que prevalecerá el diálogo. Nuestra visión es el humanismo mexicano, la fraternidad entre los pueblos y las naciones… México es un país libre, independiente y soberano. Como lo he dicho: nos coordinamos, colaboramos, pero nunca nos subordinamos”. Minutos antes había expresado solidaridad con los habitantes de Los Ángeles, por los terribles incendios, y a donde, por cierto, fue enviada desde hace unos días ayuda humanitaria y auxilio para combatir el fuego.
Finalmente (recomiendo escuchar íntegro el mensaje), debo decir que tanto al principio como al final, la titular del Ejecutivo federal de nuestro país, marcó claramente la raya con respecto a los gobiernos neoliberales: habló del fin de la corrupción, de la cultura del privilegio desde el gobierno, del abandono de la costumbre de las triquiñuelas, los engaños, los abusos y, muy importante, de los cambios en toda la sociedad lejos de conductas racistas, clasistas, machistas y discriminadoras.
Son los primeros cien días de un gobierno que empezó con altas expectativas y así se sigue reflejando en las sucesivas y tempranas encuestas que comenzaron a levantarse desde el primer día. Como decía mi abuelita, no hay que perderle pisada.