Hoy lunes 20 de enero, Donald Trump tomará protesta como el cuadragésimo séptimo (47) presidente de los Estados Unidos (EE.UU.), marcando un hecho histórico: es el primer presidente en regresar al cargo tras haberlo perdido, desde Grover Cleveland en 1893. Con este contexto, su retorno al poder representa un desafío no solo para EE.UU., sino también para México y América Latina, regiones que ya sienten las primeras olas de este nuevo (y conocido) mandato.
Antes de asumir formalmente, Trump ha dejado claras sus prioridades en la relación con México. Durante su campaña y en los anuncios recientes, ha reiterado su intención de presionar a México para que fortalezca el control de flujos migratorios y combata con mayor rigor el tráfico de drogas, bajo la premisa de reforzar la seguridad nacional estadounidense. Una de las declaraciones más polémicas incluye el regreso de aranceles a productos mexicanos, como una forma de presionar a México.
El contexto político entre México y Estados Unidos adquiere matices particulares con la llegada de Claudia Sheinbaum a la presidencia. Trump, a diferencia de su primer mandato, no enfrenta la presión de una posible reelección. Esto le otorga una libertad política significativa: no tiene nada que perder y, en cambio, mucho que ganar si implementa medidas controversiales que refuercen su base política. Para Sheinbaum, este escenario plantea un reto mayúsculo, ya que deberá enfrentar a un líder que puede actuar sin freno político y con un historial conocido de tensión con México.
Otro punto de interés es el equipo que Trump ha seleccionado para acompañarlo en este segundo mandato. Entre los nombres destacados están Mike Pompeo, exsecretario de Estado, quien retoma un rol clave en la política exterior; Stephen Miller, conocido por sus posturas radicales contra la migración, ahora al frente del Departamento de Seguridad Nacional; y Larry Kudlow, un defensor de políticas económicas proteccionistas, regresando como asesor económico principal. Este gabinete, caracterizado por su visión conservadora y pragmática, anticipa una relación compleja con México y el resto de América Latina.
Desde su perspectiva, este grupo no solo reforzará las políticas migratorias estrictas, sino que también buscará contrarrestar la creciente influencia de China en la región. Para México, esto podría traducirse en presiones adicionales para alinear sus estrategias económicas y diplomáticas con los intereses de Washington.
Para Sheinbaum, la relación con Trump será un acto de equilibrio constante. La dependencia económica de México hacia EE.UU., hace inviable cualquier ruptura abierta, pero mantener la dignidad nacional frente a un interlocutor como Trump será un desafío diplomático sin precedentes. Además, la postura de Trump hacia América Latina, caracterizada por el desinterés estratégico y el enfoque utilitario, plantea preguntas sobre el papel de México como interlocutor regional. Por ejemplo: ¿Podrá México mediar entre Trump y una América Latina en proceso de transformación?
La segunda administración de Trump no solo reconfigurará la política interna de Estados Unidos, sino también su relación con el mundo. Para México, los próximos años estarán marcados por decisiones estratégicas que determinarán si esta etapa se convierte en un periodo de tensiones o en una oportunidad para redefinir la relación bilateral bajo nuevos términos. Lo único claro es que, ante un Trump sin aspiraciones de reelección, Sheinbaum deberá responder con diplomacia inteligente, estrategia y un fuerte liderazgo que asegure la defensa de los intereses de México sin comprometer innecesariamente la relación con EE.UU.
El regreso de Trump no solo pone a prueba la habilidad diplomática de México, sino también nuestra capacidad de responder estratégicamente a una política exterior que, aunque conocida, nunca deja de sorprender.