Hay muros que dividen más y lesionan más a la humanidad que aquellos que se construyen con ladrillos. En 1989 el mundo celebraba la caída del muro de Berlín, un hecho histórico lleno de simbolismos que alimentó de esperanza y fe al ser humano.
Desde hace unos días el mundo habla de otro muro, la amenaza convertida en decreto firmada en su primer día de gobierno por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, para frenar la migración haciendo uso de recursos y personal del Pentágono para reforzar la frontera, además de expulsar de su país a quienes se encuentren de manera ilegal.
Los decretos firmados en el primer día de su segundo mandato no consecutivo, van más allá de un muro físico, sino que tienen una serie de implicaciones no solo para las familias afectadas, sino para los países de origen de quienes sean deportados.
Recordemos la teoría humanista de Kant que habla del valor de la dignidad y la libertad, dos conceptos que no deberían regatearse y mucho menos en el que se dice el país más libre del mundo.
Construir un muro para defender la soberanía de un país es entendible, pero atentar contra la dignidad de las personas negándoles el asilo a refugiados, criminalizándolos por el origen y por su situación legal.
Y la lista no termina ahí, porque no solo se trata de decretos presidenciales contra la migración, sino también contra la diversidad, el
“home office” de los empleados federales, el derecho a un medio ambiente sano e incluso hasta en contra de la propia Constitución de los Estados Unidos de América.
Si bien no todo debe ser tan malo como parece, y la retórica de Donald Trump en ocasiones va más allá que sus propias acciones, ha puesto un el clima de opinión un tema y reflexiones que todas y todos nos hacemos porque tienen implicaciones y orígenes históricos que nadie ha podido o ha querido resolver.
La migración es un problema real y lo deseable es que las condiciones de todos los países fueran las óptimas para que la gente se quede en su lugar de origen, donde sus derechos civiles se respeten y encuentre oportunidades para su desarrollo económico, profesional, personal y familiar.
El sueño americano se ha ido desvaneciendo y muchas familias han encontrado la forma de subsistir y superarse en su tierra a través de una mejor educación o del emprendimiento.
Lo que no es humano, es que el sueño americano se convierta en una pesadilla por la amenaza de un presidente que discrimina, criminaliza y trata a las personas sin una pizca de humanidad.
El reto hoy para Jalisco, para México y el mundo entero, es trabajar desde lo local para evitar esos muros contra el humanismo, no solo preparando albergues para los deportados, sino para seguir dotando de oportunidades a las y los ciudadanos para que, así como los tapatíos nos sentimos orgullosos de nuestra tierra, sea también el mejor lugar no solo para vivir, sino para hacer realidad nuestros sueños.