Lo prometió en campaña y lo cumplió. El presidente Donald Trump puso en marcha toda la maquinaria posible para deportar a los indocumentados en Estados Unidos. En su primera semana de gobierno fueron repatriados al menos cuatro mil personas a México de los que se identificaron 431 jaliscienses. Se le olvidó al mandatario estadounidense que ese país fue construido –y no sólo poblado– por migrantes.
Entidades como Jalisco se han preparado para recibir a los migrantes en lo que resuelven su situación. El Auditorio Benito Juárez se habilitará nuevamente como albergue para aquellos que lo necesiten; esta vez será acondicionado para que al menos mil personas puedan establecerse, además del Club Villa Primavera y la Academia de Policía, entre otros.
Con las medidas de la nueva política migratoria estadounidense hay una fuga de fuerza laboral calificada que ahora podría encontrar un espacio en México; lo difícil será igualar la remuneración para ellos, teniendo en cuenta lo que significaría para sus familias dejar de recibir el apoyo económico de las remesas. Tan sólo el año pasado se estimaron ingresos por mil 450 millones de dólares en Jalisco bajo ese concepto.
Por decreto presidencial muchas empresas en Estados Unidos vivirán “un día sin mexicanos” y sin todos esos trabajadores indocumentados de todos los rincones del mundo que hacían posible que muchas industrias tuvieran una operación eficiente, sobre todo en el ramo de la agricultura y la construcción. Y no es ficción.
La presidenta mexicana pidió respeto a los derechos humanos de los connacionales en esta operación e invitó a sus pares latinoamericanos a tener “cabeza fría” al respecto. Sheinbaum desescala la tensión diplomática afirmando que las deportaciones en el inicio de la segunda era Trump no son tan distintas a las registradas en la administración de Biden, por ejemplo, y se aleja del discurso del aumento de aranceles para no caer en el conflicto que trascendió hace unos días entre el mandatario estadounidense y el colombiano Gustavo Petro.
El presidente Trump debería tener claro que si no domina la dialéctica política para respetar la soberanía de otros países, al menos debería dar cátedra –como empresario que es– de lo que significa la sinergia entre socios comerciales más allá del círculo de multimillonarios que lo cobijan desde su campaña.