La reciente cumbre organizada por Vox en Madrid reunió a los principales referentes de la extrema derecha europea, consolidando un patrón que lleva años en marcha. Santiago Abascal recibió a figuras como Viktor Orbán y Marine Le Pen en un evento que combinó reuniones privadas con un mitin bajo el lema “Make Europe Great Again”, un eslogan que evoca el de Donald Trump y que también utilizó Hungría durante su presidencia del Consejo de la UE en 2023.
La imagen de líderes de la derecha radical populista —como los define Cas Mudde— compartiendo escenario, plantea una paradoja evidente: ¿cómo pueden partidos que enarbolan el ultranacionalismo y rechazan el multilateralismo buscar alianzas internacionales? Han basado su discurso en la desconfianza hacia Bruselas y la defensa de la soberanía, pero su creciente número de encuentros en ciudades como París, Bruselas o Estrasburgo, demuestra que han comprendido que el aislamiento político no es una opción viable en un mundo interconectado.
¿Qué une a la ultraderecha europea y latinoamericana?
Más allá de sus diferencias nacionales, estos partidos comparten un discurso basado en el rechazo a la inmigración, que consideran una amenaza a la identidad nacional y la seguridad. También comparten una profunda desconfianza hacia las instituciones supranacionales: en Europa, la UE es su principal blanco de críticas, mientras que en América Latina cuestionan organismos como Naciones Unidas por su supuesta injerencia en asuntos internos.
Otro de sus pilares es la defensa de un “orden tradicional”, lo que se traduce en una oposición frontal al feminismo, los derechos LGTBI y otras políticas progresistas. En el ámbito económico, aunque existen matices, oscilan entre el proteccionismo y el ultraliberalismo según la coyuntura y el electorado al que intentan atraer.
A esto se suma la admiración por Donald Trump, a quien ven como un modelo de liderazgo contra las élites globalistas y los medios tradicionales. No es casualidad que adopten parte de su retórica ni que busquen estrechar lazos con el ala conservadora del Partido Republicano.
Esta alineación ideológica ha permitido que figuras como Javier Milei en Argentina o José Antonio Kast en Chile se sumen a este eje internacional. Milei, convertido en el referente de la derecha radical latinoamericana, ha mostrado una clara intención de aliarse con sus homólogos europeos, reforzando la idea de que esta corriente ya no es solo un fenómeno europeo.
Cuando el nacionalismo choca con la geopolítica
A pesar de sus coincidencias, existen diferencias estratégicas y geopolíticas que generan tensiones dentro del bloque. Un ejemplo es la relación con Rusia: mientras Orbán mantiene una postura cercana a Putin, el partido polaco Ley y Justicia (PiS) es ferozmente antirruso, lo que dificulta la cooperación entre ambas formaciones.
Otro punto de fricción es la relación con Alternativa para Alemania (AfD). Aunque comparten postulados con Le Pen o Vox, su historial de declaraciones sobre el nazismo ha convertido a AfD en un socio incómodo. Le Pen, que busca ampliar su base electoral moderando su discurso, ha tomado distancia para no comprometer sus aspiraciones presidenciales en Francia.
También hay diferencias en lo económico. Mientras Vox y Milei abogan por el ultraliberalismo, partidos como el Agrupamiento Nacional de Le Pen han adoptado posturas proteccionistas para atraer al votante obrero descontento con la izquierda. Estas divergencias suelen quedar en segundo plano en estos foros, donde se priorizan los puntos de encuentro sobre las diferencias.
El pragmatismo por encima del ideario
A pesar de las contradicciones, estas alianzas prosperan por beneficios estratégicos. Para Vox, celebrar una cumbre con líderes internacionales le otorga proyección. Para Orbán, supone consolidar su influencia más allá de Hungría. Para Le Pen, estos encuentros refuerzan su imagen de presidenciable en Francia. Y para Milei, el contacto con estas figuras europeas le ayuda a construir su discurso de cruzada global contra el “socialismo del siglo XXI”.
Además, estos encuentros no solo son simbólicos, sino que pueden traducirse en apoyo financiero y mediático. Se sabe que Vox ha recibido financiación de círculos próximos a Orbán, y la plataforma X (antigua Twitter), en manos de Elon Musk, ha servido como un canal privilegiado para difundir su ideario sin restricciones.
La paradoja de la “internacional nacionalista”
El surgimiento de una internacional nacionalista no es solo una contradicción semántica, sino una grieta en el discurso de estos partidos. Mientras proclaman la defensa de la soberanía nacional y rechazan la injerencia extranjera, en la práctica operan como cualquier otra coalición transnacional, intercambiando estrategias, recursos y apoyos. La pregunta inevitable es: ¿dónde queda el “España primero”, el “Francia primero” o el “Argentina primero” cuando sus líderes buscan respaldo en otros países?
Las izquierdas han defendido el internacionalismo desde hace más de un siglo, no solo por afinidad política, sino porque su análisis social parte de estructuras que trascienden al Estado-nación. La Internacional Socialista, por ejemplo, no ha sido solo una alianza estratégica, sino una manifestación de la idea de que los sistemas de explotación y desigualdad no operan de manera aislada en cada país, sino como parte de un orden económico global.
El concepto de clase social, central en el pensamiento socialista, no se define por la nacionalidad, sino por la posición dentro de un sistema que ha sido global desde el auge del capitalismo industrial. La organización del trabajo, la distribución de la riqueza y las relaciones de poder no están determinadas por fronteras nacionales, sino por dinámicas transnacionales.
Bajo esta lógica, problemas como la explotación laboral, la crisis climática o la violación de derechos humanos no pueden abordarse desde el aislamiento nacionalista, porque responden a estructuras económicas y políticas globales. Por eso, la izquierda ha promovido históricamente redes internacionales como un medio necesario para transformar las relaciones de poder.
La ultraderecha, por el contrario, ha construido su identidad sobre la premisa de que cada nación debe velar exclusivamente por sus propios intereses. Sin embargo, en un mundo donde la política se estructura cada vez más en bloques, han tenido que adoptar las mismas herramientas de cooperación que critican. La cumbre de Madrid no será la última. En los próximos meses, veremos nuevas reuniones, nuevas fotos de familia y nuevos intentos de coordinar estrategias.
Porque, aunque su discurso gire en torno a la patria idealizada y pasados idílicos, comprenden que estos encuentros, altamente mediatizados, les ofrecen la oportunidad de proyectar una imagen de unidad y crecimiento que magnifica su peso real.