Estos días las noticias y las redes sociales han estado como últimamente, llenas de casos sobre los que creo yo, es importante detenernos a pensar más allá de juzgar o ponernos del lado de unos u otros.
Me refiero a los casos tan sonados de dos influencers jóvenes, un chavo conocido como “Fofo” Márquez, a quien ya dictaron una sentencia propia de su falta por tentativa de feminicidio, y también el caso de Marianne, otra chica en este caso menor de edad, a quien los celos por su ex pareja la llevaron a cometer actos injustificables y que hoy la tienen en espera de ver qué pasa con su situación; a esto hay que sumarle que ella es madre de una pequeña bebé de pocos meses.
Verdaderamente me duele escuchar estas noticias, porque como mamá más allá de sentarme en la silla del juez y señalar aún más a estos chavos, me pongo a pensar dónde estamos los padres, dónde están los valores, dónde está la educación.
Los hijos no son animalitos que traemos al mundo para dejar que crezcan así por así; ahí está la responsabilidad adquirida al convertirnos en padres.
Es complicado porque si bien, como decía mi padre, cuando crecen los hijos la labor como padres es meramente moral, por eso creo que los primeros años de vida siempre serán importantes y fundamentales para brindarles todo el amor, la atención, las herramientas para que cuando sean adultos, puedan en la medida de lo posible tener claro para dónde van y las consecuencias de las buenas o malas decisiones.
Actualmente, el trabajo y muchos otros distractores nos consumen. Sé que nadie nos enseña a ser padres y sobre la marcha vamos aprendiendo a serlo, cargando con heridas de infancia, mismas que se replican muchas veces sin darnos cuenta. Cargamos con temas generacionales en cuestión de educación y a eso súmale la otra parte que llega con la decisión de compartir la vida con una pareja que no siempre tiene las mismas prioridades, principios y educación.
Es complicado, pero creo que en la medida que nuestros hijos van creciendo, como padres sabemos y conocemos a nuestros hijos, sus carencias, sus debilidades, sus personalidades, sus virtudes y defectos.
Por eso me parece difícil comprender cómo no nos damos cuenta de que nos piden ayuda a gritos. La salud mental no es un juego y en medio de tanta exposición, las ganas de sobresalir, las ganas de pertenecer a ciertos grupos, las malas influencias, la falsedad en la que vivimos a través de las redes sociales, son una ventana grandísima a la perdición de la conciencia, de la falta de empatía, a las falsas expectativas, a la distorsión de la realidad a la que muchos aspiran.
En el caso de Marianne, es una niña que estaba jugando a ser mujer, sin justificación de su actitud y sus actos porque la violencia jamás será justificable, nunca pensó las consecuencias porque jamás tuvo límites establecidos. Esta generación de cristal no conoce los límites, y ahí estamos viendo las consecuencias; ahora una bebé de seis meses sin tener nada de responsabilidad, será la más afectada, no gozará de la plenitud y la dicha de poder estar en brazos de su mamá como cualquier otro pequeño a su edad, y comienza ahí seguramente el tema emocional al que me refiero vamos heredando de generación en generación.
La invitación es a no juzgar, sino a hacer un análisis detenidamente de lo que en casa estamos haciendo en la formación de quienes amamos, porque al final esa es la formación en la que vamos a trascender formando hombres y mujeres de bien para la sociedad.