He tenido unos días durante los que me he sentido rebasada, cansada, sobrepasada en todos los sentidos; creo que es normal. Llevo una vida muy ajetreada entre los tres niños y sus miles de compromisos escolares y extraescolares: el fut, el taekuondo, la casa (en la que jamás se terminan los pendientes), mi esposo, las tres perritas, cuatro tortugas y mis propias cosas… creo que no es para menos sentirme así.
Antier estaba tomando una siesta cuando recibí una llamada supuestamente del banco, haciéndome la notificación de que habían registrado un ingreso a mi aplicación de un dispositivo que no era el mío y habían realizado retiros sin tarjeta; me tomaron en un momento muy vulnerable. Estaba más dormida que despierta y no tuve la malicia de pensar y deducir que el banco no llama para esas situaciones.
Me fueron llevando entre una cosa y otra dándome instrucciones que obviamente seguí al pie de la letra; me indicaban códigos de mi teléfono celular que me pedían para compartirles y en fin, terminaron sacando todo el dinero de mi cuenta en cuestión de minutos.
Cuando me di cuenta de la estafa me sentí muy enojada conmigo… ¿Cómo no me di cuenta? ¿Cómo no colgué? ¿Cómo no me percaté de que me estaban viendo la cara?
Entré en una crisis emocional que terminó en un ataque de pánico que no podía controlar. Sentía que no podía respirar y me asusté; tuve que llamar al médico, que me ayudó a calmarme.
Ya un poco más tranquila, al día siguiente, pensaba a manera de consuelo: “Bueno, todo fuera como dinero”, que cabe mencionar, era el dinero que tenía destinado para pagar las reinscripciones del colegio de los niños.
En la vida he perdido mucho, y me pregunto que además de la lección de no ser tan confiada, qué otra lección me toca aprender.
Hay cosas que no regresan y que duelen toda la vida. El dinero es algo que nos cuesta ganar y que necesitamos, pero que podemos recuperar.
Me quedé pensando seriamente cómo la emoción me puso en esa crisis horrible, cómo no nos damos cuenta en medio de tanto, que debemos parar, que estamos viviendo a un ritmo aceleradísimo y no ponemos atención a las cosas. Vamos por la vida en automático, en “modo avión”.
Hoy, después de vivir esa experiencia sólo quisiera compartirles para que no caigan en estafas de gente mal intencionada que está a la orden del día. Tienen acceso fácil a nuestros datos, datos que ingresamos en páginas, aplicaciones y demás cosas que hoy usamos con normalidad y con esto pueden hacernos mucho daño.