A menos de seis meses de haber asumido la presidencia, Claudia Sheinbaum enfrenta una de las crisis más severas en materia de seguridad y relaciones internacionales, derivada de la estrategia implementada durante el gobierno de su antecesor, Andrés Manuel López Obrador. La política de “abrazos, no balazos”, que buscó reducir la violencia sin confrontaciones directas con el crimen organizado, ha mostrado sus limitaciones, y hoy el país está sumido en una crisis que afecta tanto la estabilidad interna como la relación con Estados Unidos.
La creciente presión de la administración de Donald Trump ha dejado en evidencia la falta de contundencia con la que el gobierno anterior abordó el problema del crimen organizado y el tráfico de fentanilo. Mientras López Obrador minimizaba la crisis de seguridad con discursos optimistas y cifras cuestionables en sus conferencias matutinas, la realidad era distinta para millones de mexicanos que sufrían la violencia en su día a día.
Ahora, Sheinbaum se ve obligada a recoger los frutos de una política fallida. La crisis comercial con Estados Unidos, derivada de la falta de acciones firmes contra el narcotráfico, ha obligado a su gobierno a dar muestras de cooperación. Entre estas medidas se encuentra el traslado de capos internados en cárceles mexicanas a prisiones estadounidenses, y el reforzamiento de las fronteras para frenar el tráfico de drogas. Sin embargo, estas acciones parecen más una respuesta a la presión internacional que una estrategia integral para combatir la inseguridad.
El reto para la actual presidenta es mayúsculo. A pesar de haber evitado pronunciarse de manera contundente sobre la estrategia de seguridad en los primeros meses de su gobierno, la realidad la ha alcanzado. La pregunta ahora es si tomará un rumbo distinto al de su antecesor o si continuará con ajustes mínimos para mitigar la crisis.
Lo cierto es que el legado de inseguridad de López Obrador ha quedado al descubierto, y Sheinbaum deberá decidir si enfrenta el problema con un cambio de estrategia o si sigue arrastrando una política que, hasta ahora, solo ha dejado violencia, crisis y presión internacional.