La crisis del pensamiento crítico en México es uno de los múltiples problemas que enfrenta el país. La opinión pública, casi sin darnos cuenta, se ha fragmentado en trincheras aparentemente irreconciliables, donde la lealtad a una ideología, partido o figura política se impone al análisis racional, al debate argumentativo y, en consecuencia, al contraste de ideas.
Este fenómeno no es exclusivo de México; lo hemos visto desarrollarse en otros países donde la política se reduce a bandos antagónicos. Sin embargo, en nuestro caso, adquiere un matiz especial: el discurso oficialista y el de la oposición han convertido el debate en una lucha de fe, donde cualquier intento de cuestionamiento es visto como traición o ignorancia. Disentir se ha convertido en un acto de valentía y no en un ejercicio de sentido común. ¿Dónde quedó la capacidad de analizar con matices?
Quien se atreve a criticar, matizar o simplemente tener un punto de vista diferente es condenado desde ambos frentes. Si apoyas alguna medida del gobierno, la oposición, en su mayoría representada por una clase media y media alta, te acusa de ignorante, traidor o servil, como si su visión fuera la única válida y cualquier postura alternativa fuera sinónimo de desconocimiento o ingenuidad. Pero, desde el otro extremo, el oficialismo descalifica cualquier cuestionamiento de inmediato, sin reflexión ni autocrítica, bajo la lógica de que toda crítica es producto de la resistencia de una élite que se niega a perder privilegios. En este juego, el país se reduce a un esquema binario donde no hay espacio para la razón ni para el debate genuino.
Parte del problema radica en que el análisis crítico se ha mediatizado. La intelectualidad parece fabricarse desde programas de opinión que han dejado de lado la reflexión seria para convertirse en cajas de resonancia de posturas personales o de intereses políticos en disputa. Se ha confundido la crítica informada con el activismo disfrazado de análisis, y con ello, se ha vaciado de contenido el verdadero ejercicio del pensamiento.
Es cierto que México enfrenta múltiples crisis: política, económica, de inseguridad, de confianza en las instituciones. Sin embargo, este país ha vivido en crisis durante décadas y sigue en pie. A pesar de todo, la nación se mantiene, la sociedad avanza, la cultura persiste y la identidad mexicana se fortalece. Pero para salir del bache, es necesario recuperar la capacidad de pensar, de cuestionar sin miedo, de abrirse a la posibilidad de que la verdad no es un monopolio de ningún grupo, sino un ejercicio colectivo de construcción.
México se encuentra en una encrucijada donde el pensamiento crítico es un acto de resistencia. O recuperamos la capacidad de cuestionar con rigor, o nos arriesgamos a ser arrastrados por una ola de fanatismo que hará cada vez más difícil cualquier posibilidad de conciliación. Lo que ocurra en los próximos años dependerá de si la ciudadanía es capaz de salirse del guion impuesto por los extremos y empezar a reconstruir un diálogo donde pensar distinto no sea sinónimo de traición. ¿Será posible?