En la filmografía del realizador Steven Soderbergh figuran importantes títulos del cine estadounidense —comercial e independiente— de los últimos 35 años. Su catálogo incluye Sexo, mentiras y video, ganadora de la Palma de Oro del Festival de Cannes en 1989, Un romance peligroso (1998), Erin Brockovich (2000), Tráfico (2000), La gran estafa (2001) y sus secuelas, Contagio (2011), Magic Mike (2012), Logan Lucky (2017) y Kimi (2022), entre decenas más. Decir que es un director prolífico sería una redundancia.
Su variopinta obra se ve coronada con dos nuevos estrenos que, de manera simultánea, se encuentran hoy en la cartelera de cine: Código negro y Presencia. El primero, un thriller político y marital; el segundo, una película de fantasmas que también es melodrama doméstico e, incluso, cine de maduración. Ambos filmes no sólo comparten director, sino también guionista: David Koepp, el hombre detrás de los libretos de Jurassic Park (1993), La habitación del pánico (2002) y Spider-Man (2002).
En Código negro, el director ganador del Oscar® nos cuenta la historia de un matrimonio de espías. Esta dupla de agentes de inteligencia entrará en crisis cuando ella (Cate Blanchett) sea sospechosa de traición a la patria. Ante eso, él (Michael Fassbender) tendrá que decidir a quién le entregará su lealtad: a su mujer o a su país.
La trama suena intrigante, lo sé, pero también podría parecer ceremoniosa, intensa. Empero, el cineasta —gran experto en tonalidades dramáticas— se las apaña para que en la cinta convivan el thriller político, el drama matrimonial y hasta la comedia de humor negro. Código negro funciona como una película de espionaje fina, parsimoniosa pero magnética, de lenguaje audiovisual maduro y consistente, en la que no sólo se entreteje una peligrosa intriga internacional, sino que también hay chismecito marital.
Soderbergh acompaña su elegante puesta en cámara con un elenco coral impecable: Blanchett y Fassbender hacen, como siempre, su magia. Son actores de gran fortaleza histriónica, premiadísimos. En tanto, Marisa Abela, Tom Burke, Regé-Jean Page, Naomie Harris y Pierce Brosnan aportan lo propio con entereza y convicción. Interpretativamente, es un espectáculo sofisticado para deleite del público, en especial el más exigente.
Quepa añadir que Blanchett y Fassbender aparecen a cuadro haciendo derroche de glamour en cada toma. Es evidente que Soderbergh quería que sus dos protagonistas parecieran estrellas de cine a la vieja usanza: distinguidos, impecables, seductores, abrumadoramente sexys, pues el cine de espías clásico (al estilo Hollywood) suele tener su carga inherente de sensualidad.
En otro tenor —reitero mi comentario respecto a que Soderbergh es un experto en tonalidades fílmicas y un explorador de géneros— aparece Presencia.
El filme es, en la superficie, una película de terror que se circunscribe a la tradición del cine de “casas embrujadas”. El giro soderberghiano radica en el hecho de que la película no utiliza el miedo como motor, sino la incógnita, la incertidumbre. Lo que descoloca no es el espanto, sino la duda que rodea a la entidad fantasmagórica que podría acosar a los protagonistas.
En Presencia (y como dicta la tradición), una familia se muda a una nueva casa. Conforme pasen los días, comenzarán a ocurrir eventos inexplicables que les llevarán a cuestionarse si están solos o no. En el epicentro estará Chloe, la hija, quien recientemente perdió a una amiga suya en un evento trágico.
Filmada con tremenda economía visual (la película tiene apenas 35 tomas), esta pieza expande sus alcances rápidamente: vemos que, dentro de su fantasía, retrata la disfuncionalidad familiar, así como el descuido y la desestimación de la salud mental. El resultado es singular, pues estamos ante una pieza fantasmagórica que recorre los caminos de la tristeza, la tragedia y la reconciliación.
La otra cosa sustancial del relato es el uso de la cámara. Steven nos sugiere (con los movimientos y emplazamientos) que la cámara es la vista subjetiva de la “presencia”, del espíritu que habita esa casa. Sin embargo, es mucho más que eso. En una película tan minimalista en términos de edición, el trabajo de cámara se convierte en el brazo musculoso que posibilita el trabajo del director. Presencia es, por tanto y por sobre todas las cosas, un ejercicio interesantísimo de montaje interno.
En fin, Soderbergh lo hace de nueva cuenta. ¿Ninguna de las dos piezas entrará al top de su filmografía? Es cierto, pero eso no demerita lo que el polifacético realizador propone en sendos largometrajes. Si eres un cinéfilo recalcitrante y el lenguaje fílmico despierta tu fascinación, estas dos piezas se tienen que ver.