Lo que pasó en el Rancho Izaguirre, en Teuchitlán, donde se localizó un campo de preparación de sicarios de un cártel del narcotráfico y también crematorios clandestinos donde desaparecieron los restos de no sabemos cuántas personas que fueron asesinadas, es terrorífico y atroz. Provoca indignación, miedo, tristeza y muchos sentimientos más. Provoca también la profunda sensación de que los ciudadanos están desprotegidos ante las acciones más inhumanas de los criminales.
El tema se ha convertido en una muy mala noticia internacional que de modo lamentable, mancha profundamente la imagen de México y también de Jalisco. Es terrible, porque se trata de tragedias humanas; no basta con el marketing para mejorar la percepción. Se necesita congruencia, aceptación de los hechos; se requiere que haya justicia y castigo. Urge que no suceda más, que no se halle otro lugar donde secuestren a jóvenes para entrenarlos por la fuerza y hacerlos asesinos.
Pero urge también que los representantes públicos se sumen a un movimiento cívico de responsabilidad y dejen su egolatría política y su afán de ganar simpatizantes con discursos incendiarios.
Por el tema Teuchitlán, el Partido Acción Nacional exigió acciones inmediatas y solicitó un minuto de silencio en la Cámara de Diputados.
Por el mismo tema, el dirigente nacional del PRI, Alejandro “Alito” Moreno reclamó al Partido Movimiento Ciudadano, al exgobernador Enrique Alfaro y al exdirigente naranja Dante Delgado.
Por el mismo tema, el fiscal general de la república, Alejandro Gertz, alegó en la conferencia de la presidenta Sheinbaum que no era posible que no se hubieran dado cuenta en el gobierno municipal de Teuchitlán y en el gobierno de Jalisco lo que estaba sucediendo.
Ahora resulta que todos están indignados. Hacen responsable a la autoridad política en turno.
Un poco de vergüenza civil deberían tener Alejandro Gertz, Alejandro Moreno, los diputados y los funcionarios públicos de todos los partidos políticos que hacen sus reclamos públicos.
El drama de la violencia, los homicidios y feminicidios; de las extorsiones y los asesinatos. La corrupción, la infiltración en las policías y la degradación de la vida pública en rancherías, pueblos, ciudades y el país, lo viven todos los mexicanos.
Aplicar la ley, dirigirse con congruencia a la gente y promover la decencia como forma de vida pública, es lo que no hacen las fuerzas políticas, perdidas en su permanente egolatría y afán de llegar al poder.