Quisiera…

Quisiera pensar que es mentira, una ficción, una novela de terror, espeluznante; una historia que supera la imaginación más oscura; una película aterrorizante que al día siguiente se olvida.

Quisiera que no fuera cierto ni que desde hacía años el Gobierno de Jalisco sabía de un predio donde los peores horrores tuvieron lugar; quisiera pensar que no se voltearon para otro lado, que no permitieron que la barbarie continuara, que no se cruzaron de brazos, que no fueron irresponsables, ni cobardes; ni cómplices por omisión.
Quisiera imaginar que no hubo elementos de corporaciones municipales, estatales y federales que desoyeron los gritos, que solaparon, que contribuyeron, que no tienen corazón ni alma porque prefirieron dejar pasar, dejar hacer, a cambio de dinero sucio y ensangrentado marcado por el dolor de cientos de seres humanos.

Quisiera creer que es un error, una fake news y que no existen personas capaces de tales atrocidades; que no es verdad que se divirtieron torturando a sus víctimas; que no hubo asociaciones y alianzas para matar, para exterminar, para desaparecer, para adiestrar, para violar, para traficar con órganos y drogas y con hombres y mujeres.
Quisiera… quisiera no tener que remontarme a los peores antecedentes de esta historia que se escribe ahora; a los tiempos de fines del siglo XX cuando sucesivos gobiernos “revolucionarios” le abrieron la puerta al crimen organizado y no sólo fue abrir la puerta, exigieron derecho de admisión.

Quisiera no saber que fue a partir de los años ochenta cuando el tráfico de drogas, los narcos y otros grupos trascendieron de la nota roja a la primera plana por la gravedad de sus acciones, por la impunidad, por tantas muertes; por la peligrosidad de sus operaciones. Ni que gradualmente se fueron asociando, incluso con lazos familiares, agentes de combate con criminales.

Quisiera no pensar en que desde entonces se fueron tejiendo redes sólidas, alimentadas por poder, por corrupción y sí, también por miedo. Se fue formando una bola gigantesca, negra, sanguinolenta casi imposible de romper, de minar, de vulnerar. La bola creció y se multiplicó y sus tentáculos nos alcanzan, nos afectan, nos laceran, nos parten el alma, nos dejan sin palabras, con la indignación y la rabia a flor de piel; y la impotencia y sí, el miedo.
Quisiera que todo fuera una pesadilla y despertar en un México, en un Jalisco, donde no hay ranchos con restos óseos y ropa y zapatos de miles de mexicanos y mexicanas desaparecidas; que un terreno con crematorios y objetos que conducen a reconstruir el peor de los infiernos en la Tierra nunca existió.

Quisiera no tener que preguntarme ¿por qué? ¿Qué pasaba por sus mentes? ¿Por dinero? ¿Todo por dinero? ¿Por diversión? ¿Qué tuvieron que vivir los que urdieron y ejecutaron lo que hoy sabemos? ¿O es maldad pura y dura e incomprensible?

Quisiera que la mezquindad no nos alcanzara, que pudiéramos unirnos en un solo grito para exigir justicia, para que de una vez por todas se desvelen estas historias por más dolorosas y horrorosas que sean.
Quiero que se desenmascare a los que están detrás; a los que con responsabilidad directa se fueron del país con las manos, las copas y las cuentas llenas; a esos que voltearon la cara cuando tenían que darla. Demandar y no quitar el dedo del renglón hasta que se destape la cloaca desde el primer estrato, de uno por uno, sin exculpar ni eximir a nadie; y llamar a cuentas y que se llegue hasta las últimas consecuencias de una vez por todas, de una vez y para siempre.

Quisiera que no hubiera colegas ni tuiteros ni influencers ni comentócratas que falsearan la información. Necesitamos con urgencia verdades, certezas. Quisiera que esta tragedia no se usara para llevar agua al molino de nadie, mucho menos si los fines son politiqueros. Ya es insoportable el dolor.

La pobreza y la desigualdad que vivimos en México están en las causas, en las bases de los crímenes y de la delincuencia; sí, en los niveles de pobreza y desigualdad que habíamos venido arrastrando desde hace siglos. En el México independiente no hubo planes ni ideas siquiera para atajarlos, reducirlos, erradicarlos. Quienes quisieron hacerlo no tuvieron las condiciones necesarias más que para mantener más o menos a flote a la nación.

Cuando llegó la paz a fines del XIX y principios del XX, no fue un propósito del gobierno sacar de la pobreza y reducir la desigualdad entre los mexicanos, al contrario; hubo intentos de exterminio de yaquis, mayas, ópatas y de otros pueblos originarios. Los revolucionarios después empezaron bien, con leyes y acciones enfocadas en combatir esos rezagos, pero los gobiernos emanados de esa gesta perdieron el rumbo.

Hasta hace un año tuvimos la noticia de que el número de mexicanos en pobreza se redujo en casi 10 millones de personas, pero la tarea es inmensa y apenas es un inicio, debe ser tendencia y continuar. Quiero que siga el abatimiento de la pobreza y la desigualdad para aspirar a un país pleno y armónico, donde los habitantes de este maravilloso México podamos desarrollarnos, nosotros y nuestras familias con paz y tranquilidad. Donde podamos dedicarnos a nuestras actividades cotidianas sin noticias demoledoras y dolorosas como la de Teuchitlán en Jalisco. Un país donde nadie use un predio con esos fines, que ni siquiera se piense, que no se haga, que no vuelva a suceder. Quisiera, quiero, que se ponga un freno poderoso, contundente que impida que este infierno continúe. Sé que no es el único ni el primero pero sí quisiera que fuera el último.