A pesar de haber logrado el reciente título de la Liga de Naciones de la CONCACAF, la Selección Mexicana de futbol no pudo convencer en sus actuaciones y posteriores victorias, en semifinal ante Canadá y final ante Panamá. Es notorio que festejar triunfos ante equipos del área debería ser un trámite y obligación para el Tricolor.
México sufrió y sufrió en serio en sus dos últimas actuaciones, y aunque pudo ganar y conseguir el trofeo de campeón, lo cierto es que deja sensaciones muy distantes de una imponente actuación, de un juego de autoridad. Es inobjetable que los goles del equipo mexicano cayeron por groseros errores del rival, más que por virtudes propias del conjunto nacional, ¿o qué decir del gol a los 46 segundos de haber arrancado el partido ante Canadá en semifinales? ¿O los dos goles en la final ante Panamá, donde Raúl Alonso Jiménez, por cierto, en gran momento y convirtiéndose en el mejor jugador de la Selección, sin saltar logra un gol de cabeza tras la mala salida del guardameta rival? ¿O el tonto penal cometido por los mismos canaleros casi para terminar el partido, metiendo una inocente mano dentro del área? Así, así ganó México este pobre torneo, futbolísticamente hablando.
Pero deberíamos reflexionar sin con este futbol alcanza para enfrentar a los grandes rivales, para tener una buena Copa del Mundo; si ganar a los débiles rivales de la CONCACAF no debe dejarnos satisfechos y festejando en la glorieta de La Minerva los obligados triunfos del Tricolor.
Hoy se ganó, sí, y siempre es bueno ganar. Pero el nivel futbolístico del seleccionado mexicano deja mucho a desear; no podemos quedarnos con solo el sabor agridulce de la victoria. El futbol mexicano está estancando, producto de las malas decisiones de sus directivos que desde hace mucho, mucho tiempo, fomentan la mediocridad del futbolista, la comodidad… No señores, falta mucho por lograr.