“Los dirigentes estadounidenses intentaron conformar al mundo para adaptarlo a las necesidades y las normas de Estados Unidos”. Esta frase se refiere a la autoproclamación del vecino del Norte como defensor y responsable “del bienestar del sistema capitalista mundial”. Y a que, con ese “intento”, lo que Estados Unidos quería realmente era “un sistema hemisférico cerrado en un mundo abierto”.
Por supuesto que cualquier parecido con la realidad no es mera coincidencia. Las frases entrecomilladas fueron escritas en 1948 –hace 77 años– por Gerald Haines, historiador jefe de la CIA, y citadas por Noam Chomsky en su libro La conquista continúa. 500 años de genocidio imperialista publicado en 1992 (han pasado 33 años).
Estamos hoy en pleno siglo XXI con desafíos impresionantes y pareciera que las cosas, lejos de cambiar, han empeorado con un alto nivel de refinamiento; no se puede estar más de acuerdo con la afirmación del mismo Chomsky hace apenas tres años, en el sentido que en su país sólo hay un partido, el de “los negocios”, con dos facciones, los demócratas y los republicanos.
Valdría la pena tener en mente esta información y otros datos que dejan en evidencia que, de fondo, la política estadounidense hacia el resto de los países americanos, no ha dejado de lado ni la Doctrina Monroe ni el Destino Manifiesto a favor de sus intereses, por supuesto. Lo cierto es que la democracia y la estabilidad social en el continente, excepto EE. UU. claro está, importan sólo si los intereses económicos de la Unión Americana están a salvo, de lo contrario, bueno, sabemos de intervenciones, injerencias y operaciones secretas para cambiar el orden de las cosas a su favor, siempre a su favor; sabemos también cómo se enojan si sus deseos no se cumplen.
Estamos en un escenario distinto, pero no tan distinto. El uso grotesco, opaco y abusivo de poder de Donald Trump –ganó la facción republicana como se vaticinaba y se temía– que tiene al mundo en jaque (ese “mundo abierto” para ellos nada más) sujeto a los vaivenes y a la incertidumbre de las ocurrencias cotidianas del presidente de Estados Unidos, ha dado espacio a diversas reacciones que la población mundial puede juzgar, algunas esperanzadoras, otras no tanto.
Y me quiero referir a las primeras que no son nuevas, aunque están ascendiendo como iniciativas para el fortalecimiento de países que no tienen “la superioridad de fuerza”, como describe también Chomsky, uno de los pensadores fundamentales desde hace tiempo, especialmente en estos tiempos; para aludir al imperialismo que continúa.
La IX Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) que se celebró en Tegucigalpa los días 8 y 9 de abril pasados, y la declaración que obtuvo con 30 de 33 votos posibles, es una reacción esperanzadora. No es, de ninguna manera, el primer intento de unidad latinoamericana, que de pronto suena romántica, utópica, sin embargo, en las circunstancias en que estamos inmersos, podría ser una herramienta útil y eficaz para que la región levante la voz con toda la fuerza que se puede obtener de la unión y la colaboración.
Además de la cumbre, mandatarios de tres países celebraron reuniones privadas en el mismo marco, allá en Tegucigalpa, para llegar a acuerdos: México, Brasil y Colombia. El común denominador: fortalecer la colaboración para hacer frente, unidos, no sólo estos tres países, sino los miembros de la CELAC, a los aranceles y a las presiones migratorias de Estados Unidos; y a favor de una serie de valores que quedaron consignados en la declaración. De los tres, Gustavo Petro, de Colombia, acaba de asumir la presidencia pro tempore de la CELAC en sustitución de Xiomara Castro, presidenta de Honduras.
Durante su intervención, además de elementos que después se reiteraron en la declaración, la Presidenta de México, Claudia Sheinbaum, propuso –y se recibió bien– que la CELAC convoque a una Cumbre por el Bienestar Económico de América Latina y el Caribe “para hacer realidad una mayor integración regional sobre la base de la prosperidad compartida y el respecto a nuestras soberanías”.
Esta afirmación y la reunión en sí, me recordaron acontecimientos encabezados por Venustiano Carranza cuando, en medio de la Primera Guerra Mundial; la oferta tentadora de Alemania (léase telegrama Zimmerman) y la invasión de Estados Unidos con aquella expedición punitiva del general John Pershing, un grupo de notables diplomáticos como Hermila Galindo, Luis Cabrera e Isidro Fabela, reforzaron la relación con América del Sur y Centroamérica, acosada ya por la brutal explotación estadounidense.
De esta época es la Doctrina Carranza, después enriquecida con otros principios, y que fue retomada en la Declaración de Tegucigalpa. Cito el informe de Carranza del 1 de septiembre de 1918: “Las ideas directrices de la política internacional son pocas, claras y sencillas. Se reducen a proclamar que todos los países son iguales; que deben respetar mutua y escrupulosamente sus instituciones, sus leyes y su soberanía; que ningún país debe intervenir en ninguna forma y por ningún motivo en los asuntos interiores del otro… La diplomacia debe velar por los intereses generales de la civilización y por el establecimiento de la confraternidad”.
¿Qué consigna la Declaración de Tegucigalpa? Entre otras cuestiones, el fortalecimiento del organismo “como el mecanismo de concertación política” de los países de la región; la vigencia de la proclama de América Latina y el Caribe como zona de paz; y espacio donde se promueven y protegen el multilateralismo, todos los derechos humanos, el respeto a la autodeterminación de los pueblos, la no injerencia en los asuntos internos, la soberanía y la integridad territorial; y se rechaza la imposición de medidas coercitivas unilaterales, incluidas las restrictivas del comercio internacional.
Se incluyó un compromiso a favor de Haití para contribuir al restablecimiento “de un entorno de seguridad humana para la normalización de la situación política, económica y social, con un enfoque integral de desarrollo”. Y, aunque no se asentó en la declaración, en casi todas las intervenciones se pronunciaron por el cese del bloqueo a Cuba.
Las prioridades de la CELAC que implican trabajo conjunto para su impulso y promoción, para su defensa o erradicación, depende el tema y el caso, son: energía (transición energética e interconexión), movilidad humana (migración); salud y autosuficiencia sanitaria, seguridad alimentaria, medio ambiente y cambio climático; pueblos indígenas y afrodescendientes; ciencia, tecnología e innovación; conectividad e infraestructura; fortalecimiento del comercio e inversión; delincuencia organizada transnacional, educación e igualdad de género.
Difícil estar en desacuerdo con estas prioridades. La diferencia estribará en la ejecución de estos planes, propuestas e iniciativas para que dejen de ser sólo una relación de buenos deseos, una utopía. Se podría pensar que las condiciones están dadas para que se trasciende de las declaraciones a los hechos, de las proclamas a las acciones, a los resultados, a la eficacia de las propuestas e iniciativas. Y no deberían importar las cuestiones ideológicas, simplemente consolidar un frente común que fortalezca de manera que pase el tiempo y la realidad por venir sea otra plenamente favorable para esta región y sus habitantes; ya no una repetición perniciosa de intenciones añejas, perjudiciales, abusivas, engañosas y perversas.