En la Semana Santa que recién terminó, tuve la oportunidad de apreciar a lo lejos, pero desde una panorámica del lado Norte del Centro Histórico, la Catedral Metropolitana de Guadalajara. La torre del lado Norte, que en algunas crónicas se conoce como la “torre de la carraca”, la que en su base está en la esquina de Paseo Alcalde y Avenida Hidalgo, presenta la cruz que la corona, inclinada hacia atrás.
Mala señal, me pareció.
Para los habitantes de Guadalajara, la Catedral Metropolitana ha sido durante generaciones el edificio que nos identifica. Muchas décadas antes de que La Minerva fuera también uno de los íconos de la ciudad, la Catedral ya había regalado su silueta para que nos identificáramos en México y en el mundo.
Las muchas crisis que ha vivido una capital como la nuestra, no muy lejos de cumplir sus cinco siglos, nos ha permitido forjar una identidad que misteriosamente, se comunica con el paso de las centurias a pesar de instituciones, revoluciones y gobiernos. Los tapatíos del siglo XIX encontrarían muchas similitudes con los que hoy han visto pasar ya un cuarto del siglo XXI. No es una afirmación categórica, pero bien puede permitirse en un texto breve, meditativo al concluir la Semana Santa 2025.
Si usted se sitúa en el cruce de las calles Liceo y Garibaldi, en la esquina nororiente y levanta la vista, para observar en el horizonte las torres de Catedral, comprobará que la cruz de la torre de la derecha está “caída”. Perdió la verticalidad.
¿Es excesivamente poético, supersticioso quizá, hallar en ello una imagen de lo que pasa con la ciudad?
Las semanas que unen los meses de abril con mayo en Guadalajara son calurosos. Hace demasiado viento. La basura en las calles, bajo un brillante sol de estiaje, se ve como con aumento. No son las mejores semanas de la ciudad, ciertamente.
Al comienzo de la Semana de Pascua, Guadalajara revive, entre muchas otras cosas, la certeza de que el agua no es abundante; la constatación de que muchos –los que viven aquí y los que van de paso– tiran la basura en todas partes; tenemos encima el aniversario trigésimo tercero de las explosiones del 22 de abril y también, muy a pesar de las fiestas religiosas, la evidencia de que se mantienen los hechos de violencia, de los desaparecidos.
Esta Semana de Pascua que inicia, el gobernador de Jalisco se reunirá con los supervivientes de las explosiones que provocaron los cambios que desde 1994 nos han ajetreado de un extremo a otro.
Me pregunto –lo comparto– si estamos ya en condición de enderezar la cruz de “la torre de la carraca”. Hace años nos prometieron el Centro Histórico más bonito del país. Seguimos construyéndolo, con ladrillos, esperanzas, reclamos y recuerdos.