Recientemente un estudio del Seminario sobre Violencia y Paz de El Colegio de México, reveló que más de un centenar de cuentas en TikTok han sido utilizadas para hacer propaganda y reclutar a jóvenes para actividades ilegales. Esta no es una anécdota aislada, es una llamada de atención para todas las personas. ¿Qué están consumiendo nuestros jóvenes? ¿Qué riesgos corren en las redes?
Lo que alguna vez vimos como una ventana de oportunidades para la información y el entretenimiento, se ha convertido en una puerta de entrada a un mundo de riesgos tan silenciosos como devastadores para las familias. La normalización de la violencia como primer paso, y la glorificación de la misma como el segundo, atrapan sin tregua a infancias, adolescentes y jóvenes, con falsas promesas de poder, dinero y estatus.
Debemos comprender que por su propia etapa de desarrollo, nuestros hijos, sobrinos, hermanos y nietos están en una búsqueda constante de identidad, pertenencia y validación. Es justamente allí donde se encuentra un terreno vulnerable para sembrar el mal.
Ya no basta con confiar en que las nuevas generaciones saben lo que hacen en internet. La supervisión activa y la creación de un ambiente de diálogo deben ser parte de la vida cotidiana. No se trata de espiar ni de prohibir sin sentido, sino de formar un criterio y acompañar con límites sanos.
No obstante, no todo recae en la familia. Las autoridades y las instituciones educativas también tienen una enorme responsabilidad. Las plataformas digitales deben ser obligadas a desarrollar sistemas de monitoreo más eficaces para detectar contenido ilícito o que promueva la violencia. Al mismo tiempo, los programas de educación deben ser reformados para incluir una educación digital crítica y segura, que le ayude a las y los estudiantes a reconocer y rechazar estos peligros.
Innegablemente estamos ante una realidad en la que la ilegalidad ha adaptado sus métodos al mundo digital, y las y los más jóvenes son su objetivo. Es tiempo de actuar.