Alex Garland es un cineasta solvente, interesante. Como director nos ha dado películas discursivamente ricas como Ex Machina (auténtico filme de culto contemporáneo), Men: Terror en las sombras y la reciente Guerra Civil , así como la serie Devs . Como guionista, ha hecho lo propio en títulos como Nunca me abandones , 28 días después y la inminente secuela 28 años después . De ahí que resulte extraño que su más reciente opus WARFARE: TIEMPO DE GUERRA resulte ser una pieza magra, famélica en disertaciones y reflexiones; es una película técnicamente espectacular, eso que ni qué. Pero así como te revienta las pupilas, es frívola en igual medida.
Una vez asentado que la cinta presume una puesta en cámara deslumbrante —la cinefotografía de David J. Thompson, el diseño de producción de Mark Digby y el trabajo del equipo de sonido tienen nivel de galardón—, queda claro que WARFARE: TIEMPO DE GUERRA es un caramelo audiovisual sumamente violento, feroz y apantallante.
El elenco es otro de sus acentos, todos lo hacen muy bien. El filme nos ofrece una colección de los jóvenes rostros masculinos que buscan ser el Hollywood del futuro: Joseph Quinn, Will Poulter, Kit Connor, Noah Centineo, Charles Melton, Michael Gandolfini, Cosmo Jarvis y varios más. La “coralidad” interpretativa es palpable.
En la trama, un grupo de soldados estadounidenses sufre una emboscada en Irak. El guion está construido a partir de las memorias de dichos soldados en medio de la batalla, ciñéndose estrictamente (sin agregar nada, aparentemente) a lo que cada soldado recordaba sobre la situación límite que vivieron. Esto es lo más propositivo del filme.
Dicho todo lo anterior, queda claro que para los codirectores —el cineasta Alex Garland y el consultor militar/asesor de stunts Ray Mendoza— WARFARE ha sido un retador ejercicio de estilo. Han logrado un relato que se siente inmersivo en lo plástico y con imágenes estrujantes. Pero, ¿para qué?
El problema de WARFARE es que parece una película sin postura, sin punto de vista desde la realización; a veces se siente vacía, de mirada fría, llena de estridencias y gritos, sin desarrollo de personajes. Su valor estribaría, quizás, en el uso como materia prima de los recuerdos de aquel grupo de soldados reales durante una misión real. Pero, de nuevo: ¿con qué propósito? ¿Aspirando a qué en estos tiempos convulsos y belicosos que nos ha tocado vivir?
Mientras Guerra Civil (por ejemplo) rebosaba discurso y motivación, WARFARE es un triunfo de la forma sobre el fondo, un lujoso ejercicio de rodaje, muy vistoso, entretenidísimo, pero que también es un disparo al aire. En el aquí y el ahora, una película como esta, sin pronunciamiento alguno sobre la guerra, su significado, su propósito, su impacto en el humanismo, sus heridas y/o su impacto en nuestra relación con la otredad, es un despropósito. ¿De qué sirve la neutralidad de la película? ¿Qué abona?
Si vas por los puros balazos (y de esos, creo yo, ya tenemos muchos) o por el espectáculo audiovisual, seguro que la peli te tendrá al borde de la butaca, sobre todo en su segunda mitad. Pero si estás buscando una pieza que diga algo, solo encontrarás ruido blanco, estática. WARFARE es la película de Garland más osada técnicamente, pero la más floja en alma e intención.