El mercado no es un ente abstracto, impersonal, en el que se definen precios y cantidades por ecuaciones o las fuerzas impersonales de la oferta y la demanda.
El mercado son personas en una relación social de intercambio que llegan a acuerdos para fijar precios y cantidades, para comprar o vender, o incluso para boicotear una compañía.
El mercado no es un sistema organizado que regula las interacciones entre individuos, ni siquiera establece normas y dinámicas que faciliten la cooperación y asignación eficiente de recursos, de ahí los problemas de contaminación, agotamiento de recursos naturales, consumismo, pobreza, exclusión, marginación y crisis.
El mercado está determinado por nuestros valores, creencias, miedos, ambiciones, incertidumbres y molestias. No es un dispositivo social autónomo que se autorregule, es, como toda relación social: un proceso de negociaciones en los que el poder económico, político, cultural y social se impone. No es eficiente, no fomenta la cooperación entre los participantes, en él puede predominar el egoísmo, la ambición, la avaricia, la imitación, la irracionalidad.
El liberalismo y el neoliberalismo idealizan el mercado, lo consideran una institución, un mecanismo eficiente para asignar recursos y generar crecimiento económico. Establecen que la libre oferta y demanda genera un proceso de autorregulación con tendencia al equilibrio automático, por ello debe ser desregulado, liberalizado, abierto a la competencia y libre de la intervención del Estado.
Pero el mercado no es justo ni equitativo; nuestros intereses dominan esas relaciones de intercambio, nuestro poder de negociación, de convencimiento, la existencia o no de otros competidores, la prevalencia o no del Estado de Derecho, la ponderación que hacemos sobre el impacto ecológico de la producción y el consumo, la existencia o no de un marco regulatorio que facilite la competencia, que impida los abusos, que impida la impunidad, que castigue las prácticas comerciales desleales y la manipulación de los precios y las condiciones de intercambio.
Una gran empresa, aun siendo una empresa fuerte, puede verse afectada seriamente porque los consumidores están molestos y establecen acciones personales de boicot porque consideran que el dueño está actuando en su contra.
Es el caso de Elon Musk y su empresa Tesla, que ha presentado una caída del 71% de sus ganancias en el primer trimestre de este 2025, porque las ventas de sus autos se han desplomado. Los precios de las acciones de Tesla INC han caído más del 40% en lo que va del año.
La empresa enfrenta reacciones adversas y protestas por parte de la población en Estados Unidos, pero también en el resto del mundo, porque no están de acuerdo con la política económica de Donald Trump en materia de comercio exterior, pero en especial, por el papel que Elon Musk juega en el gobierno de Trump como encargado del denominado Departamento de Eficiencia Gubernamental, que ha hecho severos recortes de presupuesto y burocracia para reducir el déficit fiscal y “simplificar” la operación; para ello hizo despidos masivos de personal y eliminó algunas agencias federales como la Agencia para el Desarrollo Internacional de Estados Unidos (USAID), adicional a los drásticos recortes y cambios polémicos que hizo en Twitter, una vez que la compró. En Europa también están molestos porque Musk ha apoyado públicamente a políticos de extrema derecha.
Por otro lado, está la fuerte competencia del fabricante chino BYD, que además ha desarrollado un sistema de carga de baterías eléctricas que puede cargar un vehículo eléctrico prácticamente en minutos.
Eso es el denominado libre mercado, una competencia feroz que puede destruir empresas, pero también son consumidores enojados que pueden boicotear una empresa.