“Cuando veas las barbas de tu vecino cortar…”. Usted sabe cómo sigue esa frase. En el escenario político global, la figura de Donald Trump ha servido como ese vecino cuyo penoso espectáculo ha llevado a otros países a reflexionar sobre sus propias decisiones electorales. Lejos de ser un fenómeno aislado, el estilo y las políticas de Trump han tenido repercusiones electorales más allá de las fronteras de Estados Unidos.
En Canadá, las elecciones federales de 2025 fueron un claro ejemplo de este efecto. El primer ministro Mark Carney, líder del Partido Liberal, logró una victoria significativa frente al conservador Pierre Poilievre, quien inicialmente lideraba las encuestas. La intervención de Trump en la campaña canadiense, incluyendo amenazas de anexar Canadá como el “51 estado” y la imposición de aranceles comerciales, generó una reacción adversa entre los votantes. Carney capitalizó este sentimiento, lo que resonó con un electorado preocupado por la insolencia del presidente estadunidense.
Austria ofrece otro caso ilustrativo. Aunque Trump aún no había vuelto oficialmente al poder, la sombra de su influencia era latente. El temor a una nueva ola de ultraderecha, alimentada por su retórica, ya era palpable en Europa. En las elecciones de 2024, el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ), de extrema derecha, obtuvo el mayor porcentaje de votos, marcando un hito en su popularidad. Sin embargo, no logró formar gobierno: los demás partidos se negaron a aliarse con ellos. Finalmente, se estableció una coalición entre los democristianos (ÖVP), socialdemócratas (SPÖ) y liberales (NEOS), excluyendo al FPÖ del poder. Esta decisión reflejó una resistencia institucional al ascenso de la ultraderecha y una preferencia por mantener una política más centrista y proeuropea.
Alemania también ha vivido los efectos del fenómeno anti-Trump, aunque de forma ambivalente. En las elecciones federales de febrero de 2025, el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD) logró un resultado sin precedentes, con el 20.8% de los votos, convirtiéndose en la segunda fuerza política del país. Pero ese avance encendió todas las alarmas. Lejos de normalizar su papel político, los partidos tradicionales respondieron reforzando un cordón sanitario a su alrededor al negarse a integrar o apoyar cualquier coalición con AfD. Friedrich Merz, líder de la CDU, fue finalmente investido como canciller en una segunda votación parlamentaria, tras un bloqueo inédito. El episodio expuso no solo las tensiones internas del sistema político alemán, sino también una resistencia a la normalización de la ultraderecha, incluso cuando esta pueda ganar terreno en las urnas.
Estos ejemplos sugieren que la presencia y las políticas de Trump han servido como un catalizador que moviliza a instituciones políticas y a sectores del electorado a rechazar opciones antipluralistas. En lugar de únicamente inspirar a sus imitadores, el estilo trumpista parece haber provocado también un aumento en la presencia de algunas fuerzas moderadas (incluso dentro de la misma derecha) y una reafirmación de preocupaciones históricas aún vigentes en varios países.
El “efecto Trump” demuestra que las acciones y retóricas de líderes influyentes pueden tener consecuencias imprevistas en el panorama político global. Lejos de solo fortalecer movimientos afines, también pueden desencadenar reacciones que fortalezcan a sus opositores, y en el mejor de los casos, que refuercen el compromiso con la democracia y la diversidad. Así, las barbas del vecino han servido de advertencia, llevando a muchos a remojar las propias con cautela.
La pregunta es si bastará con eso, o si hará falta algo más que un “no a Trump”, porque el rechazo une, pero no construye proyecto.