En Jalisco hemos dado pasos firmes para que la paridad deje de ser una aspiración y se convierta en una realidad concreta. Hemos reformado leyes, impulsado políticas y conquistado espacios donde históricamente se nos negó la entrada. Y hoy, por primera vez en la historia de la Universidad de Guadalajara, una mujer ocupa la rectoría general.
La designación de la maestra Karla Planter Pérez como rectora general de la UdeG marca un hito histórico en sus 232 años de existencia. Es la primera vez que una mujer ocupa la máxima posición de liderazgo en esta casa de estudios. No se trata solo de una figura. Se trata de lo que representa: el rompimiento de una barrera que parecía inamovible durante más de dos siglos de historia universitaria. La universidad pública más influyente del Estado —y una de las más importantes del país— había sido, hasta ahora, una institución dirigida exclusivamente por hombres. Pero esta vez no solo se rompió el techo de cristal en la máxima posición. También, por primera vez, el consejo de rectoras y rectores estará conformado por mayoría de mujeres. Más centros universitarios estarán encabezados por mujeres.
Eso no es menor. Porque la paridad no se construye con discursos, sino con hechos, con decisiones institucionales y con voluntad política. Este avance no es un favor. No es una concesión ni una cuota simbólica. Es resultado de décadas de lucha de mujeres académicas, estudiantes y defensoras de derechos que nunca dejaron de cuestionar el porqué de las ausencias femeninas en los espacios de poder universitario. Porque si las mujeres representamos más del 50% del alumnado, ¿por qué no estábamos también en el liderazgo institucional? La llegada de mujeres a estos espacios debe significar más que un cambio de nombres. Debe abrir paso a otras formas de gobernar, de pensar la universidad, de atender las desigualdades. La presencia de mujeres en los órganos de decisión es una oportunidad para hacer que temas históricamente ignorados —como la violencia de género, los cuidados, la equidad salarial, la inclusión plena— dejen de estar al margen de la agenda.
Por supuesto, el hecho de que hoy tengamos rectoras no garantiza, por sí solo, la transformación. La verdadera revolución será cultural. Se trata de modificar prácticas enquistadas, de eliminar resistencias internas, de construir institucionalidad con perspectiva de género y de asegurar que la igualdad sea transversal, constante y profunda. Este es un logro que hay que celebrar, sí. Pero también es un punto de partida.
No basta con abrir la puerta una vez. Hay que garantizar que nunca más se vuelva a cerrar. Que la paridad se consolide como regla, no como excepción. Que las futuras generaciones de estudiantes, sobre todo las mujeres, crezcan sabiendo que pueden aspirar a todo. Que la universidad que las forma también las representa. La Universidad de Guadalajara está dando un paso histórico. Hagamos que este momento marque el comienzo de una nueva etapa: una universidad más igualitaria, más plural, más cercana a su comunidad. Porque no puede haber excelencia académica sin justicia. Y no puede haber justicia sin igualdad.