Teocaltiche, Jalisco, se ha convertido en el espejo más crudo de la violencia que sacude al país. No solo por su ubicación estratégica —donde confluyen rutas con Zacatecas, Guanajuato y Aguascalientes— sino porque ha sido el escenario de una guerra silenciosa entre grupos criminales que disputan el control del territorio y sus corredores ilegales.
Esta guerra no se esconde: se expresa con amenazas públicas entre los propios cárteles, asesinatos de funcionarios, desplazamiento forzado de familias enteras y hasta la instalación de cámaras de vigilancia tipo C5 por parte de los propios grupos delictivos. Durante meses, esas cámaras funcionaron sin que nadie del Estado interviniera, hasta que la Secretaría de Seguridad Pública comenzó a retirarlas.
Más de 40 mil habitantes conviven con el miedo. Nueve funcionarios asesinados, familias enteras huyendo, calles patrulladas por el crimen. La violencia aquí no se avecina, ya está instalada. Y no, no es que “se va a incrementar”; es que se ha normalizado.
¿La solución? No basta con la presencia testimonial de fuerzas armadas. Lo que se necesita es una estrategia coordinada entre SEDENA, Marina, Guardia Nacional y autoridades estatales. Se requieren detenciones de alto impacto, inteligencia operativa y voluntad política real.
Teocaltiche es hoy territorio disputado. Pero también puede ser ejemplo de cómo enfrentar la violencia si se actúa con contundencia. De lo contrario, seguirá siendo otra muestra de las reglas no escritas que rigen el país: donde el abandono institucional deja campo libre a quien impone la ley por la fuerza.