Hoy voy a tocar un tema fundamental que constituye una enorme barrera para hacer realidad a esos médicos humanistas, sensibles y afables que todos quisiéramos. El tema es la explotación laboral que se sufre en la profesión. Empezaré por el quinto año de la carrera y las residencias médicas que inician después de que un médico termina el sexto año y se gradúa de médico general. En México el sexto año y a veces el séptimo (hay variaciones entre las escuelas) son de “servicio social”. En otras palabras, el “servicio social” es intermedio entre el año de internado de pregrado y las residencias de especialidad.
Trabajar entre 80 a 100 horas semanales
El internado de pregrado (semestres noveno y décimo) son un verdadero choque de estrés que derrumba física, psicológica y espiritualmente a muchos médicos cada año. Sin haber sido preparado especialmente para ello, pasan un año en un hospital de segundo o si tienen peor suerte, asisten a un hospital de tercer nivel. De la noche a la mañana, están obligados a hacer procedimientos que prácticamente nunca han hecho en personas reales. Es aquí donde se pone a prueba la ilusión tecnológica de la anatomía virtual y las prácticas de terapia intensiva con muñecos-robots de 1 millón de dólares de algunas universidades privadas. Hay que obtener muestras de sangre de personas reales con venas y arterias tensas y con muchas extracciones previas; se suma el estado de estrés agudo del paciente y del interno recién llegado. También tiene que hacer aseos de heridas graves, lesiones que deformaron el rostro de un intrépido motociclista, suplir a la enfermera instrumentista en cirugías especializadas mientras se aprende el nombre, orden y forma de entrega de instrumentos poco comunes de los que hay cientos en cada especialidad (traumatología, neurocirugía etcétera). Cuando al fin, después de semanas de agobio, presión y muchas veces de humillación (1) el interno de pregrado ya logra habituarse a las demandas básicas que se le exigen, tiene que empezar en otro servicio. Así cada mes, durante 12 larguísimos meses. Y todo esto cumpliendo con “guardias” de 24 horas continuas cuando les va bien, y que en muchos servicios las prolongan a 36 horas por dictado del residente que está a tu cargo o por “necesidades del servicio”.
Al médico adscrito pocas veces lo verá en el servicio, o sólo durante la “pasada de visita”. La jerarquía es tal, que si tiene preguntas sólo podrá hacerlas a su residente inmediato el R1 (de primer año), es casi una felonía preguntarle al R3, R4, o al médico de base. Eso causa muchos problemas posteriores. Al médico de base del turno nocturno hay que ser un atrevido para llamarle cuando tienes un problema que no sabes cómo resolver, porque advierte “no me despiertes por cualquier tontería”. Lo peor que podría hacer un interno de pregrado o incluso un residente, es comunicarle estos problemas al “jefe de enseñanza” del hospital.
Estos ciclos de guardia son rigurosamente cada cuatro días (guardias A,B,C,D les llaman). Sume usted estimado lector, 30 o 36 por 2 veces a la semana y ya tiene 60 a 72 horas de trabajo. Pero, hay mucho más: tienes que estar en el horario normal de tu servicio desde las 7:00 de la mañana y algunos desde las 6:00 A.M. cuando NO tienes guardia. Todavía más, en el paroxismo de la increíble esclavitud del médico en el siglo XXI, hay servicios donde te obligan a cumplir al menos 8 horas todos los fines de semana aun cuando NO tienes guardia. ¿Me cree entonces que el interno de pregrado del quinto año de la carrera trabaja entre 80 y hasta más de 100 horas a la semana?
¿Cuál cree usted que es el nivel de agotamiento en todos los sentidos? ¿No le extraña que esto se presente en un gremio profesional donde se pregona que el humanismo es la guía nodal de toda la razón de ser? ¿Ha visto fotografías, videos, películas donde el médico se queda dormido en el suelo, en una silla, en una banca, en donde sea? La deuda de sueño se tendrá que pagar tarde o temprano. Esto causa depresión, agotamiento extremo, elevación de errores, uso de sustancias estimulantes como las anfetaminas para mantenerse despierto, y en consecuencia la necesidad de depresores como el alcohol y pastillas sedantes para poder dormir fuera de las jornadas laborales (1).
Y con ello, se ha deteriorado la capacidad humana de muchas generaciones de ejercer la medicina con el sentido humano con el que NO han sido formados. Claro, el mensaje oficial es siempre el de ser humanistas, empáticos con los pacientes. Un discurso en contradicción plena con el tipo de educación y el trato que se recibe. Las renuncias y el deterioro empático pueden ser graves y dañan a toda la sociedad. Es bien conocido que el error médico está muy ligado a la fatiga (1).
El interno de pregrado llega al hospital con saberes teóricos fragmentados y ahora debe resolver una abrumadora carga burocrática de registros en expedientes, hacer recetas que piden infinidad de datos, completar trámites para el ingreso del paciente al hospital, hacer historias clínicas que nadie revisa, tramitar interconsultas, revisar el tratamiento y egreso de los pacientes del hospital. Es falso que los internos de pregrado entren al hospital a recibir “enseñanza”; ésta queda totalmente a la eventualidad de encontrarse algún residente que ha conservado su sentido humano y que colabora, asiste y comparte aprendizajes con un interno de pregrado. Desde luego, no todos los internos de pregrado tienen vocación médica. Muchos aprenden a sobrevivir con todos sus recursos en un medio hostil jerarquizado y se deforman pronto. El resultado es el clásico “divide y vencerás”: se forman grupitos diversos en fines y estrategias. Se hacen asociaciones nada éticas entre internos y algunos residentes. El trabajo, que ya es abrumador, se reparte de manera inequitativa. Otro elemento más en la deshumanización es el “sálvese el que pueda”.
En mi investigación sobre la enseñanza de la ecuanimidad compasiva, un residente de medicina familiar calificó a las instituciones públicas de salud como “un mal necesario” y dio datos en los que otros residentes coincidieron (2). Como bien los señala Ardila-Sierra (3) es ingenuo suponer que la sola educación para desarrollar empatía, o en mi caso, para desarrollar ecuanimidad unida a compasión, no podrá darse solamente con cursos de calidad en el pregrado y las residencias; se requiere modificar la subcultura médica que da como natural que el médico puede y debe ser explotado, extenuado física y moralmente de manera impune. Es necesario cambiar los criterios productivistas en las instituciones de salud que no tienen los suficientes médicos de base o plaza fija, así como la absurda reglamentación de tener solamente 15 minutos por cada paciente en la consulta externa. El tema es también parte del global problema de la corrupción y falta de poder de la población sobre el sistema de salud. En 2013, por ejemplo, se publicó un análisis donde se encontraba que con el presupuesto para los salarios de los residentes en México, había suficiente para pagarle a nueve mil de ellos; pero había solamente ocho mil trabajando. ¿Dónde quedaba el dinero para sueldos de mil residentes? (1). Bueno, por lo pronto vamos participando mañana 1 de junio en la elección popular de los jueces del sistema judicial mexicano. Como sea, la ley de probabilidades es más justa que el nepotismo que padecemos.
Agradecimiento: Al colega José Antonio Tzab Ortiz por compartirme la cita bibliográfica del número 1.
Referencias
1. Casas-Patiño, D., Rodríguez-Torres, A., Casas-Patiño, I., & Galeana-Castillo, C. (2013). Médicos residentes en México. Tradición o humillación. Medwave, 13(7), 1-5. doi: 10.5867/medwave.2013.07.5764.
2. https://rei.iteso.mx/items/301b47d3-fa1a-4667-92e2-1203f04c9be7
3. Ardila-Sierra, A. (2017). Límites y contradicciones al intentar humanizar la atención en una realidad de explotación médica laboral. En E. Díaz-Amado, La humanización de la salud. Conceptos, críticas y perspectivas (p. 135-149). Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana.