Desde que se aprobó la reforma constitucional al Poder Judicial, la información en torno a ese proceso y a las elecciones que ordenaba para el primer domingo de junio de 2025, empezó a incrementarse. Aumentó en cantidad y, en calidad, no podría decir que fue mejorando, pero estuvo y está en los medios de comunicación y en redes sociales de manera constante, con opiniones encontradas, virulentas, tanto a favor como en contra.
¿Qué pasó? ¿Qué está pasando? El proceso, celebrado por unos, cuestionado por otros, empezó a convertirse en un tema de dominio público, para bien o para mal y el efecto que se consiguió fue que muchos más mexicanos de los que se fijaban en lo que sucediera con el Poder Judicial, lo voltearon a ver, pusieron atención.
Se insistió en que era una elección compleja y que la gente, así, en términos generales, no sabría cómo votar; o que a la mayoría no le interesaba con una contundencia tal que hasta parecía que tenían pruebas, evidencias.
Estas posturas están vinculadas a las añejas que conceden muy poco valor a la sociedad mexicana en su conjunto, particularmente si se trata de los sectores menos favorecidos en materia económica y educativa (del tipo de personas que afirman que los pobres son pobres porque quieren). Persiste el menosprecio, sin embargo, los mexicanos, especialmente los electores, hemos demostrado elección tras elección una madurez inusitada y cada vez más sólida.
No creo que ahora sea diferente. Si bien no se dieron a conocer los datos de la participación ciudadana y se espera que sea baja, como en los procesos intermedios de las elecciones ordinarias, igual pienso (aunque no tengo pruebas) que recibiremos una gran sorpresa y favorable, porque aquí sí, la mayoría de todos los mexicanos y mexicanas que han tenido que tocar la puerta del Poder Judicial para resolver un asunto u otro, desde un pleito con un vecino hasta un divorcio, una denuncia penal o cualquier otra querella mercantil, administrativa o laboral, entre otras, ha sufrido y ha sido víctima de un sistema corrupto, negligente, displicente con las personas que, sin tener poder económico, van en busca de justicia.
Hay que pedir favores, soltar dinero, pagar por conceptos que no están inscritos en ningún catálogo y buscar a abogados que ejercen sin el código de ética en la mano pero que resuelven de alguna o de otra manera porque así está diseñado el sistema, porque la estructura está pervertida, corrompida.
Pero si los ciudadanos que reclaman justicia no están de acuerdo con recurrir a la dádiva y aparte, no tienen dinero, las resoluciones de sus casos nunca llegarán o les serán desfavorables aun cuando tengan la razón jurídica de su lado.
Todo esto que describo va a empezar a cambiar –es la esperanza– con el ejercicio democrático que miles de mexicanos decidimos practicar hoy al ir a votar a nuestra casilla por ministros y ministras de la Suprema Corte, por los magistrados y magistradas que integrarán el Tribunal de Disciplina Judicial; por los que cubrirán las vacantes en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, la sala superior y las regionales; más los magistrados y magistradas de circuito y los jueces y juezas de distrito.
Es claro que no puede quedar en esperanza. A partir de esta primera elección histórica que requirió de los electores buscar información, estudiarla, pedir consejos y referencias para saber por quién votar y hacerlo de la mejor manera posible, puedo decir que hubo un incremento notable en la cultura política de la población. El Poder Judicial está en las conversaciones, en las preguntas, en las aclaraciones, en el conocimiento de qué hace cada integrante de ese poder, tradicionalmente opaco, cerrado y hasta peligroso.
Volteamos a ver, sí, como en cámara lenta, hacia ese Poder Judicial del que si no tenemos necesidad no queremos saber porque es complejo y corrupto y preferimos no tocar esa puerta. Esto es lo que empieza a cambiar a partir de hoy y es, por donde se le vea, un ejercicio democrático, para que no sean otros los que elijan, sino los ciudadanos.
No puede quedar en esperanza, nos tocará también observar cómo se aplican los resultados de la elección que se darán a conocer en quince días y cómo trabajan los que resulten ganadores del proceso una vez que entren en funciones. Qué decisiones toman y cómo las toman ¿apegados a derecho? ¿de manera eficiente, completa e imparcial? ¿sin que medien sobornos? Nos tocará observar de cerca su conducta y, en su caso, usar los mecanismos necesarios para denunciar lo que se tenga que denunciar para que el Poder Judicial se sanee desde adentro y se convierta en un poder al servicio de los mexicanos, no de los poderosos ni de los corruptos, no de los que gozan de privilegios, sino de los ciudadanos de a pie por lo general inermes ante estas estructuras.
No espero cambios mágicos, de un día para otro, es parte de un proceso. No es que a partir de que los nuevos juzgadores tomen posesión estaremos en un escenario idílico, utópico, no. Pero era preciso empezar con una medida de esta naturaleza que además recurrió a las prácticas e instituciones democráticas que nos hemos dado y no a las imposiciones como sucedió a finales de los noventa.
Y también tocará señalar lo que no funcionó y tendrá que cambiar para la próxima elección del Poder Judicial, como las candidaturas únicas en el caso de los magistrados de circuito y los jueces de distrito dependiendo de las materias de especialidad. Eso tendrá que ajustarse o resolverse de alguna manera. Curiosamente, muchos de esos candidatos únicos fueron propuestos por el mismo Poder Judicial.
Es un primer ejercicio, sometido a prueba y bajo la lupa de todos los ciudadanos. Hay que estar al pendiente de toda la información que se genere en torno a este proceso para seguir aprendiendo, para fortalecer nuestra cultura política y para no perder de vista ya, nunca más, al Poder Judicial.