Este 1 de junio, México fue testigo de un ejercicio democrático sin precedentes: la elección directa de casi tres mil miembros del Poder Judicial. Sin embargo, lo que debió ser una fiesta cívica quedó marcado por una preocupante apatía ciudadana.
Las notas que circulan y que describen una participación de apenas entre el 10% y el 15% no solo es verosímil, sino que refleja una pobre socialización de una reforma de tal calado. No basta con cambiar la Constitución y convocar a las urnas; es imperativo construir una ciudadanía informada y participativa. La democracia no se agota en el simple acto de depositar una boleta.
Es evidente que el formato de esta primera elección judicial debe ser revisado a fondo. No podemos permitirnos otra jornada donde la mayoría de los votantes desconozca por quién y para qué vota. Se requiere una reingeniería total de las reglas electorales para futuras elecciones de este tipo.
Esto implica, en primer lugar, una campaña de difusión masiva, pedagógica y permanente, no solo un bombardeo de propaganda en el periodo previo. El INE, junto con instituciones académicas y la sociedad civil, debe liderar un esfuerzo nacional para explicar la importancia de la función judicial y el perfil de quienes aspiran a integrarla.
Asimismo, es ineludible la implementación de mecanismos de selección de candidaturas mucho más estrictos y transparentes. La idoneidad para impartir justicia no puede ni debe medirse únicamente por la popularidad o la capacidad de hacer campaña. Se deben establecer filtros más rigurosos que incluyan exámenes de oposición públicos y televisados, evaluaciones de control de confianza, y la acreditación de una trayectoria impecable y de excelencia técnica.
Los candidatos a jueces, magistrados y ministros deben ser sometidos a un escrutinio público intenso, similar al de los más altos cargos de elección popular, pero con un énfasis en su capacidad jurídica y su integridad ética. Debates temáticos, audiencias públicas y la presentación de ensayos sobre su visión de la justicia podrían ser herramientas clave para que la sociedad conozca a fondo a los aspirantes.
En conclusión, si bien la elección del Poder Judicial representa, en teoría, un avance en la democratización del país, su ejecución inaugural ha quedado corta.
Necesitamos menos improvisación y más pedagogía cívica; menos candidatos desconocidos y más perfiles acreditados. De lo contrario, habremos cambiado un sistema de cuotas políticas por uno de estructuras, y el gran perdedor, como siempre, será el ciudadano y el anhelo de una justicia verdadera.
La legitimidad de nuestros jueces no puede depender de una elección ajustada; debe emanar de una ciudadanía convencida e informada. Ese es el verdadero desafío.