La Organización de Estados Americanos (OEA) le provocó una nueva herida al orgullo de la cuarta transformación al recomendar públicamente que ningún otro país copie el mecanismo de elección de integrantes del Poder Judicial que se aplicó en México el pasado 1 de junio, debido a la baja participación del electorado y los dudosos resultados del ejercicio judicial después que se instalen los integrantes elegidos.
Tremendo revés para las declaraciones de la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, quien había asegurado que con las elecciones judiciales, México se había convertido en un “ejemplo para el mundo”. Al enterarse de la recomendación de la OEA, la presidenta declaró públicamente –quería que su respuesta llegara hasta los Estados Unidos, sede de las oficinas de la OEA– que este organismo internacional “no tiene facultades” para hacer recomendaciones.
Es una respuesta de nivel casi infantil.
Por más que la presidenta se empeñe en afirmarlo cada mañana en Palacio Nacional, por más que los aliados del gobierno (Ricardo Monreal, Gerardo Fernández Noroña, Luisa María Alcalde y recientemente, Andrés Manel López Beltrán, quien pidió que no le digan “Andy”) digan y vuelvan a decir que la elección judicial fue exitosa y que el Poder Judicial será ahora mucho mejor porque ha sido “democratizado”, la realidad ha quedado evidenciada:
1. La participación en la elección fue muy baja. Al 13% de participación de votantes hay que restarle todos los votos nulos. Fue tan baja que el “nuevo Poder Judicial” nace sin legitimidad.
2. Que los nuevos ministros, magistrados y jueces sean resultado de la elección, no garantiza de ninguna manera que su desempeño será mejor que el de los anteriores funcionarios judiciales, y la elección judicial tampoco puede garantizar que se resolverán los vicios que tanto se le criticaron antes al Poder Judicial federal: corrupción, derroche, nepotismo, entre otros.
Por esas razones tan evidentes, la Organización de Estados Americanos no puede recomendar la elección judicial mexicana.
Ciertamente, la OEA no tiene una buena relación con México desde el sexenio pasado. Andrés Manuel López Obrador la criticó siempre y la desacreditó cada vez que podía. Sus conflictos con el anterior secretario de la OEA, el uruguayo Luis Almagro, eran tan constantes que hasta resultaban aburridos.
Que la presidenta Sheinbaum se conflictúe con la OEA por hacer una observación lógica de la elección judicial mexicana, es totalmente ocioso. Pero además, perjudica su imagen internacional. Ningún gobierno tiene el 100% de aprobación en el mundo, pero Claudia Sheinbaum Pardo es una de las figuras más influyentes en el mundo. Pelear con la OEA por una opinión no le suma, le resta.