No es una cuestión de clasismo, sino de practicidad y algo de estilo.
Me refiero al viaje que hizo la presidenta Claudia Sheinbaum a Canadá para participar en la reunión del Grupo de los 7.
Sheinbaum Pardo viajó al país de la hoja de maple en un vuelo comercial, lo cual no tendría nada de malo, salvo un detalle: es la presidenta de México y su presencia en Canadá era un asunto oficial, no personal.
La señora Sheinbaum, al parecer como cualquier ciudadano, viajó al aeropuerto capitalino con tres horas de anticipación. Documentó sus maletas. Pasó por la inspección rumbo a las salas de abordar, y esperó con paciencia a que le asignaran puerta a su vuelo.
Eso debió tomarle tres horas sin contar el traslado de Palacio Nacional al aeropuerto de la CDMX. Luego el largo viaje a Vancouver, y de allí otro vuelo rumbo a Calgary. Al final le habrá tomado al menos doce horas llegar a la reunión. La mitad de un día por lo menos.
Hasta allí todo bien, pero…
¿Qué hubiera pasado si en la Ciudad de México ocurriera un fuerte sismo mientras viajaba? Seguramente tendría que esperar hasta su destino más inmediato para regresar. Y lo haría en un avión comercial, o en el avión militar que también viajó a Canadá.
¿Qué hubiera pasado si ocurriera alguna catástrofe ambiental en Poza Rica? ¿O si un huracán golpeara Acapulco otra vez de manera sorpresiva? ¿O la mitad de su gabinete hubiera renunciado mientras viajaba? La presidenta no tendría en ese momento la capacidad de pedirle al piloto de un avión comercial que iniciara de inmediato el regreso a México. O a Poza Rica. O hacia Acapulco.
Son escenarios poco probables, pero pudieran ocurrir. Y la presidenta estaría atada de manos a la agenda de un avión comercial.
Entiendo que Sheinbaum no sale del país cada jueves y domingo. Pero cuando salga al extranjero debe hacerlo en un avión oficial o en una aeronave privada.
Porque no es una cuestión de clasismo. Es una cuestión práctica. Y de seguridad para los mexicanos.