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19 junio 2025
Tzinti Ramírez
Tzinti Ramírez
Internacionalista y maestra en Historia y Política Internacional por el Graduate Institute of International and Development Studies (IHEID) en Ginebra, Suiza. Investigadora invitada en el Gender and Feminist Theory Research Group y en el CEDAR Center for Elections, Democracy, Accountability and Representation de la Universidad de Birmingham, en Reino Unido. Miembro de la Red de Politólogas.

Israel-Irán: lo que no hay que olvidar

18 junio 2025
|
05:00
Actualizada
22:37

El 13 de junio, Israel lanzó un ataque contra la cúpula militar y científica iraní. Entre los muertos: Ali Shamkhani, exsecretario del Consejo de Seguridad Nacional y figura clave en las negociaciones nucleares, quien días antes había declarado que Teherán estaba listo para un acuerdo. Benjamin Netanyahu, primer ministro israelí —sobre quien pesa una orden de aprehensión emitida por la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra— justificó el bombardeo con el argumento de siempre: Irán representa una amenaza existencial para Israel.

Es la misma narrativa que ha repetido durante más de tres décadas, desde sus años como diputado de oposición. Cada tanto advierte que Irán está a punto de construir una bomba nuclear. Y cada tanto, impulsa o celebra ataques con la promesa de frenar ese “riesgo inminente”. En 2012, incluso se presentó en la ONU con un dibujo de una bomba clamando la inminencia del desarrollo armamentístico nuclear de Irán. Es por ello que mientras Netanyahu fabrica urgencias, conviene volver la mirada a algunos elementos que valdría la pena recordar.

¿Cómo comenzó el programa nuclear iraní?

El programa nuclear iraní se originó con respaldo de Washington, bajo el plan “Átomos para la Paz” de Dwight Eisenhower, cuando Irán era aliado predilecto de EE.UU. y Occidente. Se construyeron reactores, se entrenaron científicos con ayuda occidental. En plena Guerra Fría, y bajo la monarquía del sha Reza Pahlavi, Irán y Estados Unidos cooperaron en materia nuclear. Fue solo cuando el régimen cambió en 1979 que ese mismo programa se evaluó como riesgoso.

Pero para entender cómo se llegó a ese punto hay que retroceder un poco más. En 1953, el entonces primer ministro Mohammad Mossadeq fue derrocado en un golpe de Estado coordinado por Reino Unido y Estados Unidos. ¿La razón? Mossadeq había impulsado la nacionalización del petróleo iraní, que hasta entonces estaba en manos británicas a través de la Anglo-Iranian Oil Company que después se convertiría en British Petroleum (BP). La medida fue vista en Londres y Washington como una amenaza directa a sus intereses económicos y políticos.

La Operación Ajax — como se conoció el golpe de Estado de fabricación angloestadunidense — no solo destituyó a un gobierno elegido democráticamente, sino que marcó el inicio de una larga era de injerencia occidental en los asuntos internos de Irán. Fue también un punto de quiebre para la vida interna de Irán. La vía secular, nacionalista y democrática fue aplastada, y en su lugar se reinstaló al Sha, garantizando así la subordinación del país a las prioridades estratégicas de EE.UU. durante la Guerra Fría.

Ese mismo Sha, sostenido durante décadas por Washington, que gobernó con lujos y represión, fue finalmente derrocado por la Revolución iraní de 1979. Pero lo que emergió no fue un regreso al proyecto democrático de Mossadeq, sino un régimen islamista profundamente conservador, que canalizó el rechazo al autoritarismo monárquico y a la humillación colonial a través del lenguaje religioso. Desde entonces, Irán dejó de ser socio y pasó a ser enemigo. La ruptura fue política, ideológica y civilizatoria.

El nuevo régimen fue, y continúa siendo, represivo, autoritario y profundamente patriarcal. La República Islámica consolidó una teocracia que ha restringido libertades, perseguido disidencias y revertido conquistas de las mujeres y de sectores progresistas. Excluye a opositores y ha hecho del control religioso el eje del poder. Todo esto es cierto. Pero también lo es que Irán no estaba necesariamente condenado a ese destino. Hubo un momento en que tuvo una posibilidad distinta y fue Occidente quien la destruyó.

Mientras se acusa a Irán de desestabilizar la región, conviene ampliar la mirada. En las últimas dos décadas el intervencionismo de EE.UU. azuzado –entre otros por Israel– ha derribado regímenes en Irak, Libia, Afganistán, Líbano y este mismo año en Siria, bajo la etiqueta de seguridad “preventiva”.

Ante ese contexto, Irán responde desde una posición históricamente situada. La operación iraní “Promesa Verdadera III”, no solo busca mostrar capacidad militar sino que se enfoca en enviar un mensaje: Irán conserva Estado, ejército, legitimidad regional y capacidad de respuesta. Presionarlo como si fuera un régimen agotado es un error de cálculo.

*Las opiniones y contenidos en este texto son responsabilidad total del autor y no de este medio de comunicación.
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