Dicen que el poder no corrompe, solo revela. Y lo que ha revelado el poder concentrado por la 4T es una mezcla peligrosa de autoritarismo, populismo y delincuencia organizada. Ya no tenemos un gobierno: tenemos un régimen dictatorial en formación. Un régimen que se impone, que decide por todos, que descalifica todo lo que le cuestiona. Y ahora dictará también en los juzgados, en los tribunales, en los organismos autónomos… y por supuesto, en los medios. ¿Democracia? Solo cuando obedece. ¿Libertad? Solo cuando aplaude.
Desde Palacio Nacional se ha confundido la gobernabilidad con el silencio incómodo de los contrapesos. Callar a la Corte, congelar al INAI, volver invisibles a los reguladores y someter a los medios no es ejercer el poder: es temerlo. Es miedo a la crítica, a la diferencia, al derecho ciudadano de saber qué demonios se está haciendo con su país. Si tener el poder es “poder hacer”, este régimen ha preferido “poder desaparecer” todo lo que estorba.
Claro, habrá quien diga que eso es eficiencia. Que si se controla todo, se avanza más rápido. Y sí: el precipicio también está más cerca cuando no hay frenos.
El problema no es nuevo, pero ahora es grotesco. En los años en que gobernó Acción Nacional se construyeron instituciones junto con sociedad civil, académicos y medios. Nació el IFAI, se legisló en favor de la transparencia. Hoy, en cambio, se legisla a golpe de mayoría y se gobierna a base de mañaneras. No importa cuántos años haya tardado en consolidarse un derecho: si incomoda, se borra. Si exige, se silencia. Si observa, se le acusa de conservador.
Y mientras tanto, medios sometidos por la línea editorial de la pauta gubernamental; periodistas obligados a elegir entre sobrevivir o informar; y ciudadanos que, si no militan en Morena, ya no son pueblo, sino adversarios.
Y ojo: no se trata solo de Andrés Manuel. El guion ya está escrito y la protagonista ahora se llama Claudia. Mismo libreto, mismo desprecio a los contrapesos, mismas ganas de imponer una sola verdad desde el Ejecutivo. Y con ello, mismo riesgo para México: el de caer en un régimen que se autodenomina democrático, pero no tolera ni la más mínima disidencia.
En el PAN no vamos a normalizar que se utilice el poder como arma contra la pluralidad. Y no vamos a renunciar a ser oposición, aunque eso implique resistir los embates, las etiquetas y la descalificación sistemática. Porque si alguien debe temerle al poder, no es el ciudadano. Es el gobierno que no sabe qué hacer con él, más allá de conservarlo.
En México y en Jalisco rechazamos un poder absoluto. Lo que necesitamos es un poder que escuche. Que rinda cuentas. Que sepa construir y no solo destruir. Y sí, que entienda que gobernar no es imponer, sino dialogar velar por lo que mejor te conviene a ti y a tu familia.