Una ciudad limpia no es la que más se barre, si no la que menos se ensucia. En las últimas dos semanas, desde que inició el temporal de lluvia, hemos sido testigos del costo real de lo que significa tener una ciudad limpia.
No hablo del precio por tonelada de desechos que se recoge diariamente; no hablo del precio que paga un infractor por tirar una envoltura de chicles; no hablo de sueldo de la señora de la limpieza que se levanta a las 6:00 de la mañana todos los días para mantener limpia la Plaza Guadalajara.
Hablo del costo tan alto que significa la falta de conciencia de aquellas personas que han sido sorprendidas por cámaras de video tirando grandes cantidades de desechos, en camionetas llenas de escombro, residuos forestales y basura en general que, luego, terminan en las alcantarillas ocasionando, por tapones en los canales pluviales, consecuencias que nos afectan a todos.
Porque este tipo de acciones no solo dañan al medio ambiente, dañan la infraestructura de la ciudad, dañan la propiedad privada: tanto vehículos que pueden quedar varados en medio de una inundación, así como fincas con la humedad y hasta ocasionar el debilitamiento de su estructura, además de la pérdida de enseres domésticos e incluso, en casos más graves, la pérdida de vidas.
Hoy, más que nunca, estamos llamados a contribuir a tener una mejor ciudad, porque no habrá política pública que pueda resolver el problema de los desechos, no habrá presupuesto que alcance para tener una ciudad limpia, no habrá sanción que amedrente a aquel que no tiene conciencia de que tener una ciudad bonita es tarea de todos.
Si bien es cierto que es responsabilidad de los gobiernos de los tres niveles de gobierno, velar por las y los ciudadanos, por su seguridad, por la dotación de servicios públicos de calidad, también es cierto que si todos aportamos podemos cuidarnos mejor todas y todos.
Las tareas que como ciudadanos nos corresponden son muy simples, y un cambio de hábito, una muestra de educación, de responsabilidad cívica, nos permitirá a todas y todos vivir en una mejor ciudad.
La prevención de riesgos está también en nuestras manos, cuidando la ciudad, pero también cuidándonos a nosotros mismos y a los nuestros, porque en la desesperación por querer llegar nos arriesgamos a cruzar corrientes de agua enfrentándonos a la furia del agua. Es mejor tomar conciencia de los riesgos y esperar.
Una envoltura se puede guardar hasta darle un destino que no ponga en riesgo vidas. Los desechos deben depositarse en lugares exclusivos para ello. Son pasos sencillos que transforman nuestra realidad.
La falta de conciencia social, la falta de amor por la ciudad, la falta de empatía con los demás, la falta de corresponsabilidad, es un costo muy alto para la ciudad que no queremos seguir pagando, arriesgándonos incluso a nosotros mismos y a nuestras familias. Limpiemos Guadalajara para cuidar a la ciudad y cuidarnos todos.